Sábado, 16 de junio de 2012 | Hoy
VIDEO › SLEEPING BEAUTY - LA BELLA DURMIENTE, OPERA PRIMA DE LA NOVELISTA JULIA LEIGH
Perversión elegante, aire ligeramente sadomasoquista, grandes burgueses de costumbres poco edificantes: elementos que remiten a Buñuel. Los personajes de este film australiano –especialmente su protagonista– provocan desconcierto y una vaga sensación de malestar.
Por Horacio Bernades
El primer signo de pregunta es cuando Lucy vuelve del baño junto con una de sus compañeras de facultad, en un boliche nocturno, y dos cuarentones le dicen que estaban decidiendo quién se la iba a coger esa noche. En lugar de escupirlos, la chica propone que tiren la monedita, y se va con el que gana. ¿Lo hace por plata? Daría la sensación de que sí, teniendo en cuenta que está atrasada con el alquiler y amenazan con desalojarla. Pero entonces, ¿por qué, cuando le pagan una millonada, se pone a quemar un billete? Si no hay edición del Festival de Cannes que no tenga su dosis de scandale, en la del año pasado le tocó a Sleeping Beauty ser uno de los estandartes. Aunque es probable que más que escándalo, este film australiano, ópera prima de la novelista Julia Leigh, produzca extrañeza, desconcierto, una vaga sensación de malestar. El sello Transeuropa acaba de lanzarla en DVD, con el título Sleeping Beauty - La bella durmiente.
Hija de una madre “alcohólica y violenta”, Lucy multiplica sus trabajos: lo hace en una oficina, en un bar y en el más aséptico de los laboratorios, donde se presta a experimentos (pagos) con una sonda gástrica, que le introducen vía oral. Primera indicación de que la chica –bonita, pelirroja, afecta al uso de minifaldas y botas largas– no se anda fijando demasiado en que sus empleos sean placenteros, mientras sean pagos. “Tu vagina no será penetrada”, la tranquiliza la madama de rodete, que dirige un servicio de escorts desde un centro de operaciones tan aséptico como el laboratorio, donde un remilgado ayudante le revisa hasta el lunar que tiene en el muslo derecho. Son raras las especialidades domiciliarias de la señora. Una de ellas consiste en enviar camareras vestidas con lencería erótica a atender a grandes señores burgueses. Allí, Lucy debe limitarse a servir alcohol, aunque con un detalle: pintarse los labios del mismo tono de los labios vaginales. La otra especialidad es la de proveer chicas dormidas, en un castillo alejado, para que esos mismos señores usen de ellas de la forma que quieran, siempre y cuando no las penetren.
Asepsia, perversión elegante, aire ligeramente sadomaso, conductas no del todo fáciles de explicar, grandes burgueses de costumbres poco edificantes y una impasible exposición de todo ello: todo remite a Buñuel. Al Buñuel de Belle de jour. Como si Lucy (Emily Browning, protagonista de Sucker Punch) fuera la versión teen de Séverine Serizy. Sin embargo, a diferencia del personaje de la Deneuve, Lucy se permite emocionarse, cada vez que visita a un amigo depresivo, que jamás se saca de encima la raída robe de chambre y a veces la invita a ver porno juntos, en la tele de su oscuro monoambiente. “¿Te casarías conmigo?”, le pregunta Lucy, que un par de escenas más adelante le hace la misma pregunta a otro amigo, casado, durante un velorio. En la facu, el profesor analiza partidas de go. En la tele dan un documental sobre un marsupial rarísimo del desierto australiano, que aunque tiene el tamaño de una rata podría ser un pariente reducido del canguro. Australia, país de animales raros, muchas veces produce películas que son como versiones cinematográficas de esa fauna.
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