Jueves, 27 de septiembre de 2012 | Hoy
TELEVISION › NORMAN BRISKI Y LUIS LUQUE HABLAN DEL ESTRENO DE BABYLON
Los actores adoptan esa política en relación con la ficción que pondrá al aire Canal 9. Es “un policial con toques de humor”. Y dicen: “Nos une cierta irresponsabilidad: hacemos lo que nos parece interesante y, si lo ve mucha gente, fenómeno. Y si no, no nos importa”.
Apenas se ingresa al tradicional bar de Barracas, los entrevistados son fácilmente reconocibles, pese a la gran concurrencia de un mediodía soleado. Las carcajadas y los diálogos picantes, subidos de tono, los vuelven una referencia ineludible en el salón. Norman Briski y Luis Luque se destacan sin querer hacerse notar. Simplemente son. Son, como ellos repiten en varios pasajes de la entrevista con Página/12, tipos “particulares”, “extraños”, “singulares”. En cierto modo, concuerdan, se sienten fuera del molde. “Yo como actor hago lo que se me canta el ojete”, se definirá Luque. “Me banco –agrega– lo que me tengo que bancar: un día soy millonario y otro no tengo un sope. Pero si no disfruto lo que hago, me enfermo, literalmente.” Ahora es el turno de Briski: “Nos une cierta irresponsabilidad: hacemos el trabajo que nos parece interesante y, si lo ve mucha gente, fenómeno. Y si no, no nos importa”, subraya el veterano actor y director teatral. Sus palabras no parecen formar parte de una estrategia, de una pose. Más bien parece ser la lógica de tipos “particulares”, “extraños”, “singulares”.
El motivo del encuentro con estos dos reconocidos actores no es otro que el estreno de Babylon, la serie de ficción que protagonizan y que el domingo a las 22 comenzará a verse por Canal 9. Con producción de GP Media, la serie seleccionada de los concursos federales de Fomento a la Ficción organizados por el Incaa y el Ministerio de Planificación vuelve a traer a la pantalla chica local una historia policial. Pero no de cualquier manera: en realidad, Babylon combina elementos del policial negro y de la comedia, en un experimento que busca sumar nuevos lenguajes a la TV. Sin tener el rating como fin, la ficción intentará plantearse como una opción a los programas del género de la TV más comercial, sin por eso perder sentido estético y dramático, en una suerte de continuidad de Los sónicos, la celebrada primera ficción de la productora.
En cada uno de los trece capítulos, Babylon presentará un caso policial diferente que se resolverá en el mismo envío. Paralelamente, la trama escrita y dirigida por Gastón Portal irá deshilachando una historia lineal que desarrolla la vida de los protagonistas desde 1973 hasta la actualidad. El programa cuenta la vida de un joven fiscal, Frank Vitelli (Federico Olivera), que a la hora de resolver los extraños casos que se le presentan se vale de la experiencia de dos hombres tan capacitados como diferentes. Por un lado, cuenta con la ayuda del comisario Juan Clay (Luque), creador de un sistema de inteligencia artificial basado en que la mayoría de los crímenes están motivados por la codicia, la venganza y los celos. Ese es su universo de hipótesis. Por otro lado, y para resolver aquellos delitos que se salen de la norma, el fiscal acude a Lauro das Pedras (Briski), un policía “yeta”, dueño de una manera de ver la realidad diferente a la media, que cree que la naturaleza humana es mucho más compleja. Tanto Lauro como Clay fueron viejos compañeros de trabajo del padre de Vitelli.
“Babylon es un policial que tiene connotaciones de absurdo, que tiene una trama policíaca bastante particular, cuya historia avanza a través de dos detectives”, cuenta Luque. “Uno –agrega– es absolutamente científico, un investigador estadístico-matemático; el otro se conecta con las partes absolutamente extrañas de la vida y tiene un sentido común completamente distinto al de la gente. Y este joven fiscal, que es hijo de un compañero de estos dos detectives, los une para resolver casos. Los hay diferentes todas las semanas. Los casos tienen humor y rozan el absurdo. Estos detectives confrontan con la realidad desde dos puntos de vista completamente distintos. El programa usa los casos policíacos como excusa para hablar sobre cómo cada uno se enfrenta a la vida.”
–¿Babylon es un policial con toques de humor o una comedia con toques policiales?
Norman Briski: –Es un policial con toques de humor. Pero ni siquiera los toques de humor están tratados como de humor; son las mismas situaciones ridículas que causan gracia. Mi personaje tiene una conducta anómala. Es un homenaje apócrifo a todo lo que significó la penetración cultural del cine negro norteamericano, o de Edgard Allan Poe en adelante. Lo interesante es que cuando uno está con un cuerpo de actores singulares tiene la garantía de que se está contando lo mismo que hace siglos, pero con un punto de vista completamente diferente. Sin querer reflejar la realidad, esta versión puede llegar a parecer, incluso, una mirada de la Policía Bonaerense.
Luis Luque: –Lo bueno del programa es que no especuló con la gente. Babylon tiene un lenguaje propio. No estamos contando algo nuevo, pero sí tiene características distintivas. Desde dónde contás el cuento cambia la historia. Hay un lenguaje expresivo en la ficción que uno no acostumbra a ver.
N. B.: –Al ser un policial, las cámaras son como ojos que andan espiando debajo de la mesa o detrás de alguna cosa. La puesta y la luz adquieren un valor expresivo distintivo.
–Que no esté el rating como medio especulativo que sí forma parte de la TV comercial, ¿les permitió a ustedes participar del armado creativo en escena?
L. L.: –Gastón (Portal) es un tipo que te permite una libertad absoluta. Y eso no quiere decir que uno siempre se meta. Muchas veces no hace falta porque lo que viene del guión es genial. Gastón maneja muy bien el no, no es ofensivo, lo que te permite seguir creando. Uno no se inhibe ni se siente criticado; simplemente a veces la propuesta de uno va, y otras no. Es un tipo inquieto y busca puntos de vista de todos los que participan, como una manera de que cada uno encuentre su lugar, su tono.
N. B.: –Voy a hacer una reflexión sobre el rating. Creo que nosotros hacemos todo eso por el rating. Pero nuestra manera de buscar rating es no plasmar la supuesta fórmula. Si te proponés el rating, entrás en un juego de mercado, de “supermercado”. Salir del mercado es lo que nos va a permitir hacer rating, básicamente porque escapamos a lo usual, a lo habitual, a lo probado. Estos programas tienen cierta densidad, cosa que cuando estás en la especulación mercantil ni siquiera te lo planteás. La manera de generar rating es no buscar el rating. La gente está cansada de determinada TV. ¿Cuántas veces más vamos a ver a Tinelli en bolas? Estamos atravesando un estadío cuasi porno en la TV de aire. Eso ya no atrae.
L. L.: –Hay fenómenos que superan al rating. El programa de Diego Capusotto superó a cualquier “marca” del mercado. Y no se rige por los parámetros del rating. Pero también hay algunas cosas interesantes que están pasando en la TV, como canal Encuentro. Creo que en cuanto a opciones televisivas, estamos mejor que hace 15 años.
N. B.: –No sé tanto. Tendríamos que llamar a (Carlos) Ulanovsky... (risas).
–¿Creen que el rating es el “gran mal” de la TV argentina?
L. L.: –Hay una realidad que le terminó haciendo mucho mal a la TV: todo tiene que ser inmediato, todo tiene que ser aquí, ahora y ya. El “aquí, ahora y ya” provoca que se pierda profundidad, se pierda reflexión, se pierda la memoria... En la TV todo se resuelve ahora, no hay tiempo para nada. No lo cuestiono, es así. Pero creo que si hubiera un proceso de entendimiento en el trabajo creativo entre todas las partes, la TV sería mejor de lo que es. Y eso que la TV argentina es de las mejores.
N. B.: –Estamos atravesando un “tecnoprogreso”. Las máquinas hoy están mucho más cerca de todos; las máquinas nos atraviesan todo el tiempo, están accesibles. Y la TV no está exenta de ese devenir. Claro que en el último tiempo hay un Estado que quiere neutralizar el monopolio de la ficción. Y eso está bueno. El problema es que no basta con tener la máquina para hacer buena ficción. Hacer ficción de calidad lleva su tiempo. Que miles de jóvenes pasen tiempo frente a una computadora no quiere decir que alcancen nivel de excelencia en lo suyo. Sumar nuevas ficciones, no regidas por el rating o el mercado, no es fácil.
L. L.: –Pero está bien que exista la “otra televisión”, más comercial.
N. B.: –Yo no creo que en materia televisiva cada uno tenga derecho a hacer lo que quiera. Toda esa TV relacionada al negocio suministra imagen intoxicante a la mayoría. Y la TV tiene derechos, pero también obligaciones. Yo tengo mucha experiencia, pero me dan una cámara, un espacio televisivo y no sé qué hacer. Y eso que tengo tantas películas hechas como años. Está bueno que se abran espacios, pero eso no garantiza competencia.
–El policial es un género que no está muy desarrollado en la TV argentina, más proclive a la comedia y al drama. ¿Cómo cree que el público recibirá una ficción de género?
N. B.: –Después de los 30 mil muertos y/o desaparecidos por la dictadura, el policial naturalista se volvió propio: ahora la tragedia era nuestra. Porque históricamente el policial era algo ajeno a nuestra cultura. Los 30 mil muertos están en la sociedad, como familiares o amigos que no están, o incluso como fantasmas. La introducción de la muerte en la sociedad argentina, que no es nueva pero la dictadura la volvió brutal y la inseguridad la hizo cotidiana, provoca que el policial pase a verse como algo nuestro. Podemos reconocer a nuestra policía, a nuestras armas, a nuestros modos. Y eso cambia mucho. Dejamos de ver a los detectives como superhéroes para empezar a verlos como parte de nuestra cotidianidad. Hay una tensión constante entre lo fantástico y lo real.
L. L.: –Este policial, de todas maneras, toca lo fantástico, tanto en la estética como en los casos que trata. No es un policial naturalista. No busca reflejar la realidad. Cada capítulo es un cuento que raya lo fantástico. Por ejemplo, hay un capítulo en el que “ratas bombas” van volando la ciudad en pedazos. Obviamente es algo que podría suceder, pero es improbable. Pero eso no quiere decir que el lenguaje utilizado no sea verdadero. Es un policial que, homenajeando al género duro estadounidense, no deja de ser muy nuestro, con casos muy locos. Hay otro caso, por ejemplo, en el que aparece muerto en Buenos Aires el imitador en Los Beats de John Lennon. ¿Y a que no saben quién lo mata? Un imitador de Chapman... (risas). Es muy creativo y loco a la vez.
–Babylon toma el nombre del bar en el que “viven” artistas, prostitutas, marginales. ¿Se puede pensar a ese lugar y al programa como una suerte de metáfora de la exclusión de las sociedades contemporáneas?
L. L.: –Babylon es el cabarulo donde vive el personaje de Briski. Es un lugar marginal. En mi vida real, es casi donde yo vivo... Pero el ciudadano medio lo ve como algo extraño: es un lugar marginal, donde hay todo tipo de personajes outsiders, anarquistas, dibujantes, escritores, músicos. Es el único lugar de la serie que tiene color; el resto de la acción transcurre en blanco y negro.
N. B.: –Babylon es el lugar de la libertad, el no-sistema. Babylon es el lugar en el que todos soñamos estar alguna vez.
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