Sábado, 9 de febrero de 2013 | Hoy
TELEVISION › WARNER EMITE LA TEMPORADA FINAL DE FRINGE EN MARATóN
Una historia fascinante y con realización impecable, pero con vaivenes ciclotímicos, marcaron esta serie del creador de Lost, quien parece tener problemas para cerrar sus relatos con la misma altura que los comenzó.
Por Leonardo Ferri
Como si se tratara de una relación de pareja, mirar una serie puede hacer que los involucrados transiten por los más diversos estados de ánimo. Y si bien ellas (las series, claro) no tienen sentimientos propios, el desconocimiento inicial, el entusiasmo, el enamoramiento, el desencanto, el estancamiento, la comodidad y –por qué no– el engaño son varias de las fases que el espectador atraviesa durante los años en que elija sostener la relación. Fringe, la serie creada por J.J. Abrams en épocas de Lost, sufrió bastante de esa ciclotimia a lo largo de sus cinco temporadas, marcadas por una historia fascinante y una realización impecable, pero también por algunos vaivenes que se tradujeron en decepción para muchos de sus fieles, que buscaron saciar sus pulsiones sci-fi en los brazos de otras series. Para aquellos que eligieron ser leales a pesar de todo, la última temporada de 13 episodios, que Warner Channel emitirá completa hoy desde las 16 y mañana desde las 15 en forma de maratón, tiene algo de justicia y de desazón a la vez: fue la prueba de amor exigida por los fans a los productores para darle un cierre la historia, y el análisis de si éste fue un amorío provechoso o una pérdida de tiempo queda para cada uno.
Fringe fue vendida como una mezcla de Los expedientes secretos X, The Twilight Zone y los clásicos policiales estadounidenses como CSI, en plena fiebre de las cadenas televisivas de Estados Unidos por encontrar a la sucesora de Lost. Fue justamente J.J. Abrams quien aprovechó su buen momento y pensó esta historia centrada en las actividades de la División Fringe, un grupo especial del FBI que se encarga de investigar y resolver fenómenos paranormales, integrado por la hermosa y gélida Olivia Dunham (Anna Torv), el asesor Peter Bishop (Joshua Jackson) y Walter Bishop (John Noble). Este es un científico lisérgico que, con el objetivo de recuperar a su hijo muerto, comienza a experimentar con su teoría de las realidades paralelas, que indica que todo el mundo no es más que una percepción del mismo y no una realidad absoluta.
Fue en el episodio final de la primera temporada, el verdadero punto de partida de la serie, cuando Fringe se dio cuenta de que podía tener autonomía más allá de su hermana mayor. Aquella season finale en la que los zepelines todavía vuelan y las Torres Gemelas cortan en dos el horizonte neoyorquino abrió un universo nuevo (literalmente) de posibilidades, en el que los fenómenos paranormales son sólo una pequeña parte de un todo más atrapante. Ya no había sólo una historia para contar sino dos, cruzadas por hechos y situaciones que modificaban a la otra. Y a pesar de cierta falta de coherencia y de haber transitado un camino lleno de baches, Fringe logró convertirse en una gran serie de ciencia ficción. Cada episodio se encargó de dejar a sus fans con la boca abierta y cierta sensación de “¿esto puede pasar de verdad?”, mientras que en conjunto fue creando una mitología más grande y ambiciosa, un universo propio y adictivo.
Es posible que Fringe haya aburrido y desperdiciado preciosos minutos de aire en cuestiones intrascendentes (sobre todo en esta última temporada, cuando la historia de amor entre Peter y Olivia quitó tiempo a los híbridos humano-máquinas y a la historia de “las primeras personas”), pero aun así supo sostenerse y alimentar la curiosidad con misteriosos Observadores, viajes temporales, realidades paralelas, criaturas extrañas y drogas tentadoras. También, para aquellos que hayan querido ver más allá, la historia sirvió para plantear dilemas que nada tienen de fantástico, como los límites de la ciencia (y la culpa de los científicos por la utilización que hacen de ella), los usos útiles o peligrosos de la tecnología y el eterno debate entre qué está bien y qué está mal. Abrams logró que sus series se transformaron en un reflejo de sus obsesiones y su visión del mundo por venir. En cada uno de sus productos televisivos (a Fringe y Lost hay que sumar Alias, Person of Interest, Revolution y Alcatraz), el director y productor imprimió su sello distintivo, un combo conformado por experimentos científicos, paranoia, la atracción/rechazo por lo desconocido, el aislamiento, la presencia de un poder superior que todo lo controla, el destino y la idea de que la ciencia avanza mucho más rápido de lo que cualquiera pueda asimilar.
Pero el director y productor parece tener un problema, que ya es tema de discusión en algunos foros de Internet: su dificultad para darles a sus historias el cierre que se merecen. Tal vez porque las expectativas fueron muy altas, el final de Lost no reembolsó con respuestas a su legión de seguidores; Alcatraz fue cancelada después de una primera temporada que nunca terminó de despegar, y Fringe deja algunas cuestiones sin responder. Mientras tanto, Person of Interest (de la que es productor) sigue adelante, aunque con una trama más tradicional y menos arriesgada, pero que funciona bien en términos de audiencia. Pasado el entusiasmo y el enamoramiento iniciales, tal vez resulte sano encontrar algunos defectos en la relación con Abrams y sus criaturas: quizá sea ése el camino para que ambas partes renueven sus votos después de tanto tiempo.
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