TELEVISION › ENTREVISTA AL INVESTIGADOR COLOMBIANO OMAR RINCON
El ensayista, periodista y profesor universitario afirma que “en América latina el acceso a la tecnología y el desarrollo de los medios públicos están modificando tanto los hábitos de consumo como las prácticas periodísticas”.
› Por Emanuel Respighi
Pensar el periodismo y la comunicación a través de los ojos de Omar Rincón es adentrarse en una aventura que combina conocimiento de causa y un importante grado de transgresión. La combinación de esos elementos vuelve enriquecedor el diálogo sobre cuestiones que, por lo general, fluctúan entre la moral académica y la “naturalización” de prácticas con todo tipo de desviaciones. El colombiano es uno de los pocos especialistas que tienen el poder de síntesis de ambas visiones sin atarse a ninguna, lo que no vuelve dogmático su análisis. En un contexto en el que la comunicación y el periodismo forman parte del debate público como nunca antes, su voz suma una mirada interesante a una discusión no exenta de intereses políticos, económicos, sociales y culturales. “En América latina estamos atravesando una mutación cultural profunda, en el que el acceso a la tecnología y el desarrollo de los medios públicos están modificando tanto los hábitos de consumo como las prácticas periodísticas”, explica el autor de Televisión pública: del consumidor al ciudadano a Página/12.
Rincón festeja la manera en que en los últimos años el rol de los medios comenzó a debatirse a lo largo y ancho de la región. Sin embargo, el especialista señala que esta transformación del escenario mediático no se da de manera homogénea, sino que tiene mayor o menor permeabilidad en la sociedad en función del poder de las grandes empresas periodísticas y su vinculación con los gobiernos de turno. “Si hay un logro radical del gobierno argentino es que puso la comunicación en el centro del debate. Eso nunca había pasado. En Colombia mismo, en Chile, en México, en Perú, se quiere instalar el tema, pero no hay cómo hacerlo. Hay nuevas legislaciones, como en Colombia y Chile, pero el tema comunicación no ha podido bajar a la sociedad. En el resto de los países latinoamericanos, lamentablemente, a la gente no le importa qué pasa con los proyectos de reforma sobre legislación en medios de comunicación, o los intereses hacen que no se haya podido instalar en la opinión pública. En Argentina el debate se instaló en todos los niveles. Y más allá de las rencillas que produce, es un fenómeno muy interesante”, analiza el especialista.
–¿Cómo ve el desarrollo de los medios públicos en América latina?
–El panorama es productivo. El tema TV pública al final de los años ’80 y ’90 entró en decadencia por culpa de que los medios públicos se habían vuelto medios de propaganda, estaban llenos de sindicatos, eran costosos, no producían ningún dividendo ni económico ni social ni político, y el viento neoliberal lo quiso privatizar todo. Más allá de las diferencias, ésta fue una tendencia que marcó a la región por entonces. El siglo XXI llega con cuestionamientos fuertes a todo el panorama comunicacional. América latina comenzó a darse cuenta de la importancia de ocupar el espacio público en la escena de la comunicación. Los medios públicos se volvieron necesarios y útiles para la democracia.
–Se empezó a pensar a la comunicación como un derecho ciudadano.
–Claro. En realidad, se volvió a pensar la comunicación a partir de tres fenómenos que se habían perdido y me parecen fundamentales. Por un lado, se piensa el derecho a la comunicación, en donde es el Estado el que debe promover y garantizar el acceso a la comunicación de los ciudadanos. Se dejó atrás la idea de la libertad de mercado como supuesto garante. Eso puso un nuevo escenario en discusión. El segundo hecho que abre un nuevo panorama es que llegaron a la región gobiernos –como el argentino, el ecuatoriano, el paraguayo y el venezolano– que comienzan a discutir el rol de los medios en la promoción de la libertad de expresión, ya que se rompe el mito de que la libertad de expresión es igual a la libertad de mercado. Los gobiernos cuestionaron el papel “narrador” de los medios de comunicación de la democracia. Esto “desnaturaliza” la relación directa entre libertad de expresión y libre mercado. Y el último fenómeno que permitió este debate es la explosión tecnológica que hubo, donde las nuevas tecnologías y redes sociales se pusieron al alcance de la gente, multiplicado y diversificando el circuito comunicacional.
–¿Estos tres fenómenos hicieron que la propuesta del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (Nomic), a mediados de los ochenta, tenga hoy una base más sustentable?
–Lo que pasa es que sin el desarrollo tecnológico era difícil poder hacer un diálogo Sur-Sur o convertir a todos los ciudadanos en seres comunicantes. Hoy cualquiera tiene la posibilidad de hacer circular mensajes. Se acabó el mito tecnológico anticomunicación, ese que decía que si no tienes la tecnología necesaria no puedes comunicar. La barrera de la calidad tecnológica se derrumbó. La sociedad pasó de una audiencia de medios de comunicación de masas a una sociedad expresiva de masas, donde todos sentimos que tenemos el derecho y la posibilidad de expresarnos. No importa a cuántos llega el mensaje: lo importante es tener la posibilidad de decirlo. Si en otra época alcanzaba con el derecho a recibir, hoy se volvió necesario el derecho a expresarse. Hoy la gente quiere escribir, hablar, expresarse, ser parte activa de la escena mediática.
–¿Y cómo resolvieron los medios tradicionales el paso del receptor pasivo al activo?
–La reacción fue virulenta. Cada vez hay más tendencia a controlar el mensaje, en nombre de los niños, del racismo, del poder político. Ha salido un conservadurismo que grita que no todos pueden expresarse. El ejemplo más contundente es Mario Vargas Llosa, cuando critica que ahora nadie lee y todos escriben. ¿Qué tiene de malo que todo el mundo se pueda expresar?
–¿Pero no resulta una suerte de nueva “utopía tecnológica” creer que todos “realmente” pueden expresarse?
–Es una utopía creer que por Internet todo el mundo puede volverse comunicador, que ahora la democracia es posible, que la educación puede mejorar. La utopía tecnológica va a generar un nuevo fracaso. Internet nos permite expresarnos más y con mayor facilidad, pero no para lo que todos pretenden, que es mejorar los índices educativos y culturales. La tecnología potencia el entretenimiento, pero no necesariamente la educación. ¡Y la matriz del entretenimiento es, paradójicamente, la que está siendo menos cuestionada! Los gobiernos argentinos, uruguayos o colombianos están llevan computadoras y banda ancha a los colegios, pero la pata que falta desarrollar es la de la creación del movimiento expresivo. En ese sentido, el país que mejor lo entendió fue Argentina, a mi modo de ver. A diferencia de otros países que buscan controlar el contenido, Argentina se dedicó en estos años a ampliar y diversificar la producción. No se puede discutir la política de producción diversificada de contenidos a través de diferentes canales, no sólo por Canal 7. La creación de los polos de contenidos audiovisuales regionales, además de descentralizar el mercado, es la manera de promover la producción. Las políticas deben pensarse en función de desarrollar la producción del contenido, más que del control.
–Usted dice que hoy todos tienen la posibilidad de comunicar. Pero también es cierto que la opinión pública y los temas de agenda siguen surgiendo desde los medios tradicionales.
–El problema hace unos años era simple: quienes controlaban los medios automáticamente controlaban la opinión pública. Todos compramos ese mito. Nadie puede decir que no se compró el mito de que cuatro tapas de Clarín volteaban un gobierno, o que si un periódico o medio de TV apoyaba a un candidato había muchas posibilidades de que ganase. En el siglo XXI hemos aprendido que los grandes medios no son tan poderosos en términos electorales. Y eso ha sido muy saludable para la democracia. En 2006-2007 la gente no votó a los candidatos de los medios. Los medios siguen siendo poderosos en la construcción del ambiente político, de la agenda temática y de la sostenibilidad mediática de los políticos, pero no tienen la incidencia electoral que creímos.
–¿O sea que no cree que los medios de comunicación influyen coercitiva y directamente en el voto de los ciudadanos? Pareciera, entonces, que los medios están sobrevalorados.
–Creo que uno vota mucho más por emocionalidades y cercanías afectivas que por lo que diga un medio de comunicación. Otra gran transformación es que se comenzó a decantar el rol de cada medio en la opinión pública, sacando a relucir cierto moralismo que existía entre quienes estudiábamos los medios. Se está demostrando que la prensa escrita se lee poco y que no tiene impacto popular. La prensa escrita sigue teniendo una incidencia fundamental en las elites. Página/12, Clarín, La Nación son medios que no tienen un gran impacto de ventas. Su real impacto está en las elites que los leen. Si las elites dejaran de leer los periódicos, dejarían de existir los diarios como tales. Pero los políticos, los empresarios y los intelectuales y muchos profesionales sí leen los medios: a través de esa gente ilustrada es que los medios construyen la opinión pública ilustrada. Y por otro lado, la academia decidió darle una gran valorización a lo escritural, lo que terminó estudiando la opinión pública producido a través de la prensa gráfica. Era un círculo cerrado, que no miraba el afuera. Por el contrario, la radio tiene un anclaje mayor en una elite popular, pero cuya incidencia es menor porque es un medio de compañía, oral y popular, de impacto furtivo. Y la TV, que construye una opinión pública entretenida, donde no importa tanto lo que se dice sino el efecto que produce la imagen. A los políticos nadie los oye en TV; se los ve, que es muy diferente. La tecnología está empezando a transformar esa ecología de medios, pero no del todo: la prensa gráfica sigue alimentando al resto de los medios, incluso a las redes sociales.
–En Argentina, pero también en otros países de la región, la polarización política tiene su correlato mediático. ¿Qué rol asumió la ciudadanía en este nuevo escenario?
–Los ciudadanos consumen de acuerdo con sus preferencias ideológicas, políticas, emocionales y de entretenimiento. Lo que hacía grande a los medios clásicos y al periodismo era que todas las visiones –incompletas, sectarias– de la sociedad se encontraban. Hoy la crisis del periodismo es que no está dando cuenta de toda la diversidad de cosas. Estamos multiplicando esferas públicas. Una comunidad puede vivir feliz consumiendo radio, TV, diarios, redes sociales, pero sin saber qué es lo que pasa en el resto de las esferas públicas.. Anteriormente se creía que todos los medios eran objetivos. Hoy, esa careta se cayó. Ya todos sabemos que todos son sectarios. Lo que es grave es que el periodismo no ha sabido responder a que los consumidores ya se han dado cuenta de su “truco”.
–¿Cree que el periodismo, tal cual se ejerció hasta ahora, debe cambiar para adaptarse a estas transformaciones?
–El periodismo debe cambiar porque si no, será la profesión más inútil. Nos hacen creer que los periodistas somos muy importantes, pero nos manipula todo el mundo, usándonos de mensajeros. La empresa periodística nos usa, los políticos nos usan, los twitteros nos usan, los agentes de prensa nos usan... En toda esta guerra, el que salió menos dignificado es el periodista. Los medios siguen haciendo buenos negocios, la televisión sigue entreteniendo, la radio sigue siendo una gran compañía, pero lo que no encontramos son grandes historias periodísticas para leer. Unos le creen a uno, otros a otros. Lo complejo es cómo hacemos desde el periodismo para traspasar las fronteras de la fragmentación social.
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