TELEVISION
La miniserie inglesa tendrá tercera temporada, aunque en el último episodio de la anterior se haya visto la supuesta muerte del personaje de Conan Doyle. Y es una buena noticia, porque es la que resalta entre las tres versiones actuales del detective.
Si hasta el bárbaro Conan Doyle tuvo que matar a Sherlock Holmes y después resucitarlo, ¿cómo no sospechar que sucedería lo mismo con las versiones televisivas del famoso personaje? Así es que Sherlock, la serie de la BBC, está por estos días en pleno rodaje de la que será su tercera temporada, luego de que la segunda terminara con el detective cayendo desde las alturas y estrolándose mal contra el pavimento londinense y con el doctor Watson en el cementerio despidiéndose de una lápida tallada a nombre de “Sherlock Holmes”. Aunque ya se sabía desde 1901 que la lupa más rápida del lejano oeste (europeo) iba a resucitar luego de su presunta muerte en un mano a mano con su archienemigo Moriarty, tener la confirmación de que la BBC prepara más episodios de la miniserie de culto no deja de ser una gran noticia. Es que Sherlock resulta la mejor (por escándalo) de las tres versiones contemporáneas y rejuvenecidas de Holmes: ha humillado al action hero cinematográfico de Guy Ritchie y, ante la versión cosmopolita, universalista, norteamericana, étnica y sexualmente plural de Elementary (que, a su vez, anuncia su segunda temporada para septiembre), ha cerrado sus fronteras: Sherlock es la más inglesa de todas.
Como guiada por cierto britpop oscuro y con humor negro que hasta parece oler a los Kinks (¿qué reina hubiese esperado que Holmes se burlara de la invasión inglesa a Afganistán, en la que peleó Watson?), la versión BBC necesitó sólo de seis episodios largos, casi una película cada uno, divididos en dos temporadas, para convertirse en dos veces indispensable. Primero, por razones holmesianas: con todo respeto, cuesta mucho ver hoy a los ya remilgados Sherlocks del siglo pasado, Basil Rathbone o Jeremy Brett. Y segundo, por policial: la oscuridad, la velocidad y los recursos visuales de Sherlock flotan sobre guiones pícaros y negros que juguetean, como samplers, sobre el largo catálogo de Conan Doyle. Así es que en esta serie, firmada por Mark Gatiss y Steven Moffat, el “Estudio en escarlata” vira a “Estudio en rosa”, “El mastín de los Baskerville” recalcula a “Los mastines de Baskerville” y “La señal de los cuatro” se compacta en “La señal de los tres”, o que este Holmes ya no se devora los diarios, sino que es un as del googleo veloz, un enfermo de los passwords y un maniático de los mensajes de texto.
Sí, a la primera pesquisa choca un poco la juventud casi veinteañera del Holmes Benedict Cumberbatch, pero su personaje de sabelotodo desagradable y con mohínes de clown es lo suficientemente ácido como para provocar risas cuando se entera de que lo apodan “El virgen”, por sus costumbres solitarias lindantes con la misoginia. O por cómo él mismo se ríe del bonachón Watson, su C-3PO, su Sancho Panza, Martin “Bilbo Bolsón” Freeman. Un Watson que, si hace un siglo y monedas era el biógrafo que redactaba las aventuras del detective, en estos tiempos que corren lleva adelante sus crónicas en un blog, el mismo que regentean los muchachos de la BBC en la vida real (johnwatsonblog.co.uk) y en el que el doctor y ladero, hoy compungido por la –supuesta, shhh– muerte de Sherlock, ha deshabilitado los comentarios. Seguramente cambiará de opinión en unos meses, hacia diciembre o enero, cuando se estrene la tercera temporada y llegue la hora de la promoción. Elemental, claro.
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