TELEVISION › TERMINO THE OFFICE Y YA ES MATERIAL PARA NOSTALGICOS
La versión norteamericana de la creación de los ingleses Ricky Gervais y Stephen Merchant se extendió a través de nueve temporadas y doscientos capítulos. El final combinó momentos de humor y de emotividad, para despedir a un puñado de personajes inolvidables.
› Por María Daniela Yaccar
Y un día Dunder Mifflin dejó de existir. Ya no más Michael Scott, Dwight Schrute, Jim Halpert, Pam Beesley ni Angela Martin. Dejar de ver The
office se parece a no ir más a trabajar: esa compañía de ventas de papel de Scranton, Pennsylvania, sí que era invasiva. En las nueve temporadas y más de 200 capítulos que duró la versión norteamericana de esta creación de los ingleses Ricky Gervais y Stephen Merchant –que en Estados Unidos comenzó a emitirse en 2005–, el espectador fue testigo privilegiado del sinsentido de la cotidianidad de una oficina, que podría ser cualquier oficina de cualquier lugar del mundo. Ese sinsentido, sin embargo, siempre fue la fuente de la que emergió el sentido. The office fue, sobre todo, una parodia magistral del mundo del trabajo en la posmodernidad. El final en la Argentina se vio el viernes, por FX.
Eran ellos mismos, el jefe y sus empleados, los que fabricaban situaciones absurdas permanentemente al no poder tolerar la meseta emocional de las jornadas laborales, que transcurrían entre trituradoras de papel, máquinas registradoras y fotocopiadoras disfuncionales. A la cabeza de ese emprendimiento estaba siempre Michael Scott (Steve Carrell), un empleador que veía a sus trabajadores como miembros de su familia y que no se cansaba de convocarlos a la sala de conferencias para debatir temáticas que excedían lo laboral. Lo secundaba el vendedor Dwight Schrute (Rainn Wilson), un granjero nerd inocentemente neonazi, con aspiraciones a quedar a cargo de la gerencia: el típico compañero pisacabezas. La pareja conformada por Jim (John Krasinski), también vendedor, y la recepcionista, Pam (Jenna Fischer) –protagonistas de la historia de amor central de la serie–, fueron siempre un cable a tierra, la normalidad dentro de la anormalidad que gobernaba en esa oficina de pueblo.
The office fue un relato coral, porque no se puede hablar exactamente de personajes secundarios. De hecho, cuando “el mejor jefe del mundo” –como se leía en su taza–, líder irreemplazable, abandonó la empresa –y, por ende, el programa–, no dejó un agujero. Completaban el staff de la sucursal de Scranton seres que apuntaban a una crítica áspera de la sociedad norteamericana, hecho que distingue a The office de otras series que se ven del mismo país, en las que hay más héroes que antihéroes. En esta oficina había un homosexual latino que escondía su identidad y que, al revelarla, fue besado por Michael Scott, un adicto a las drogas, una alcohólica ninfómana, una católica ultraconservadora y un hombre metido en asuntos turbios que jamás se revelaron. The office fue una comedia de relaciones: el principal disfrute al verla pasaba por inspeccionar cómo los vínculos crecían, se rompían, se modificaban. Al mismo tiempo, las actuaciones, en gran parte asentadas en lo físico y con una fuerte carga de teatralidad, fueron irreprochables.
La serie está basada en su homónima británica, creada por Merchant y Ricky Gervais, quien ofició de productor ejecutivo de la norteamericana. Al principio nadie daba un peso por la versión estadounidense. No tenía buen rating y en Norteamérica se decía, por poco, que era una copia mal hecha. Pero fue el mismo Gervais el que admitió el crecimiento de la serie: “Se manejan solos y funciona perfectamente. Tiene que ser hecha por norteamericanos para norteamericanos, sin mucha interferencia. Son levemente mejores en su trabajo y tienen dientes mejores que los nuestros”, dijo en una entrevista a Página/12. La versión inglesa, que vio la luz en 2001, duró mucho menos que “la copia”: hubo nada más que dos temporadas y, en total, catorce episodios.
La comedia tenía dos capas de ficción. Por un lado, estaba aquello que pasaba en la vida de cada uno de los personajes: amores, desamores, las bodas, los hijos, los cambios de trabajo, las amistades y los desencuentros. También estaban los momentos de fracaso y de éxito comercial. Paradójicamente, aunque en Dunder Mifflin Scranton se gastaba mucho tiempo en guerras de nieve, fiestas de cumpleaños y reuniones de carácter no urgente, la sucursal era la que más vendía de toda la compañía. ¿Habrá sido un mensaje? The office demostró que no hay que estar trabajando todo el tiempo para trabajar. Por otro lado, eso que el espectador veía era, en realidad, un falso documental, a la manera de This is spinal tap. Ese fue el hilo conductor de la serie.
Momentos inolvidables sobran: el primer beso de Pam y Jim, que temían a su amor como estudiantes de secundaria, el pacto legal que elaboraron Dwight y Angela para tener un hijo, el día en que Dwight incendió la empresa sólo para testear si el resto había estado atento a su clase de prevención contra incendios, el beso que Michael le dio a Oscar para demostrarle que su homosexualidad no le molestaba. Michael y Dwight serán, seguramente, los personajes que más se extrañarán. The officeapostó a la comprensión del espectador, aunque se estuviera ante lo más macabro del ser humano. La psicología jugó un rol central. Todo tuvo su porqué, salvo algunos giros de final de temporada. Se explicitó el pasado de prácticamente todos los personajes.
La serie siempre creció cuando entraron y se fueron empleados o jefes. Los cambios drásticos fueron saludables para la historia, porque la renovaban. Hubo, además, colaboraciones especiales que también le aportaron. El final fue lo que tuvo que ser: combinó humor con la emotividad propia de aquello que concluye. Los últimos capítulos mantuvieron la extravagancia que caracterizó a la serie entera, pero hubo también escenas violentas y tiernas que no solían ser tan corrientes. En este último acto, los personajes se vieron a sí mismos en el documental que se filmó de la oficina. Hay un capítulo especial en el que los actores hablan de la serie (¡excepto Steve Carrell!), que seguramente se verá pronto por el cable, pero que ya circula por la web. Más que apto para nostálgicos.
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