Lunes, 22 de julio de 2013 | Hoy
TELEVISION › EL ESTRENO DE ORANGE IS THE NEW BLACK POR NETFLIX
Es una comedia dramática sobre una “buena” ciudadana estadounidense en el submundo de la prisión: basado en el bestseller autobiográfico de Piper Kerman, resulta una visión sarcástica pero cuidada de la feminidad en una institución de encierro.
Por Federico Lisica
“Siempre he amado estar limpia, el baño es mi lugar feliz... era mi lugar feliz”, son las primeras palabras de Piper Chapman (Taylor Schilling) en Orange is the New Black, y a su voz en off la acompañan prístinas imágenes de la vida burguesa americana hasta que a esta mujer (rubia y de ojos celestes), una compañera de prisión (negra y despeinada) la apura para que salga de la ducha. La otra le toca sus “hermosas tetitas de televisión”, la trata con dulzura ambivalente, y en un segundo, antes de los títulos iniciales, la mirada de la actriz pasa de la incomodidad a sentirse bien por el reconocimiento. Podría decirse que lo mejor –y también los puntos flojos– de la nueva producción propia de Netflix (tras la ahora multinominada House of Cards, Hemlock Grove, y la adecuación de Arrested Development a esta plataforma On Demand) se develan en esa escena. Si bien no hay novedad alguna en la historia de un buen ciudadano que debe pasar sus días en una institución de encierro y aprender los códigos carcelarios por obligación, es en el tratamiento desprejuiciado del tema donde el envío de Jenji Kohan (Weeds) sube el handicap. El momento final del primer capítulo, cuando Chapman cae en la cuenta de dónde pasará su futuro, raya el thriller, es cómico y enternecedor al mismo tiempo. Gran parte de esa mixtura la aporta la notable actuación de Schilling. El “I Will Survive” de Gloria Gaynor aquí muta a un “You’ve Got Time” de Regina Spektor, tema compuesto para la serie.
Por suerte no hay semejanza en Orange... con los vergonzosos tramos en que Bridget Jones pasaba por una cárcel asiática y hacía migas con las internas cantando temas de Madonna. Es que Helen Fanning (autora de la novela británica) no cuenta con el conocimiento in situ que sí posee Piper Kerman (la escritora que relató su paso por prisión en un bestseller editorial y dio lugar a este programa). Su alter ego se declara culpable por el desliz de haber cargado un bolso con dinero del narcotráfico. Justo cuando Larry (Jason Biggs, con la misma prestancia que cuando hacía American Pie) le declara matrimonio y ella estaba por encarar su propio negocio. Chapman había hecho todo por cambiar, hasta dejar atrás su amor por Alex (Laura Prepon, mucho más dominatrix que cuando interpretaba a Donna en That 70’s Show), quien la llevaba por el mal camino y la puso en la mira de la Justicia. Son quince meses que deberá llevar el traje naranja al que alude el título del ciclo, lejos de Larry y cerca de presas que la ven como carne fresca.
“Aléjate de las lesbianas, no se te ocurra hacer amistades”, le dice su consejero en prisión mientras los espectadores ya comparten con ella su ¿pasado pisado? El tratamiento del tópico sexual, por otra parte, se aleja de la conveniencia gay friendly y de una posible corrección moral. No bien Chapman observa de reojo a dos presas teniendo sexo en las duchas, se advierte que le siguen atrayendo las chicas malas. “¿Netflix ha creado la mejor serie televisiva lesbiana de la historia?”, se preguntó en un artículo la publicación LGTB The Advocate, dándole el visto bueno, al igual que la mayoría de las reseñas escritas sobre la serie (ya se ha confirmado una segunda temporada que se sumará a los trece capítulos actuales en Internet). Más que homosexual, Orange... es una buena, divertida, a veces angustiante, representación del confinamiento.
Otro gran momento es cuando la buena ciudadana revela su flirteo con las mujeres y el submundo de las drogas en una reunión familiar. Y es de los pocos momentos que valen la pena del “afuera”. Los chistecitos sobre cómo la protagonista va a hacer para vivir sin su iPhone y los flashbacks retrasan –y trivializan– lo más jugoso que tiene la ficción: ver al personaje entrar en contacto con ese submundo que nadie quiere conocer. Cuando se da cuenta de que el libro leído sobre la vida carcelaria no le va a servir de nada, que no es tan superada como para ver y escuchar las historias de las demás. Como la madre reclusa que recibe a su hija con un cachetazo porque cayó presa; la interna que le pide recomendaciones de belleza a Chapman; la compañera de celda que tiene un desfibrilador a mano por si sufre un ataque al corazón; conocer una monja asesina y a la travesti peluquera; el sandwich que le hace la cocinera luego de que la novata criticara su menú. Y el relato a su novio por teléfono de estos sucesos, parece mucho más surrealista de cómo se vieron poco antes. Es que, a decir verdad, las nuevas vecinas tratan con bastante decoro a la protagonista: todo se lo ha buscado ella sola.
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