TELEVISION › EN EL SET DE “AMAS DE CASA DESESPERADAS”
El programa que Canal 13 estrena este miércoles implica varias apuestas simultáneas: con un tono raro en la TV local –el dramedy– y un target de personajes que no es precisamente el más numeroso en la sociedad argentina, Amas de casa desesperadas se apoya en la calidad de guiones y actrices.
› Por Emanuel Respighi
Las apariencias engañan. Cada casa es un mundo. No todo lo que reluce es oro. Nada creas sino lo que ves. No hay rosa sin espinas. Algunos, pocos, refranes surgidos de la sabiduría popular y que bien podrían encajar con la temática por la que transita Amas de casa desesperadas, la apuesta más importantes de Canal 13 para este segundo semestre. Convertida en la primera dramedy (programa que combina drama y comedia) estadounidense en adaptarse en el país, la serie que se estrena el miércoles, a las 23.30, forma parte de un megaproyecto regional coproducido por Buena Vista International Television y Pol-ka Producciones, en el que se realizarán desde Argentina versiones de Desperate housewives para Colombia, Ecuador y Brasil. Alejado del humor naïf de La niñera y ¿Quién es el jefe?, del ramplón de Casados con hijos, la serie inaugurará un registro poco transitado por la TV local, en el que el humor negro, el suspenso, el melodrama y el misterio se combinan con rara sabiduría televisiva.
“Amas de casa desesperadas no es otra cosa que la adaptación argentina de la serie estadounidense Desperate housewives, que en Sony acaba de completar su segunda temporada. Seguida por 28 millones de televidentes sólo en Estados Unidos, la serie ganadora del premio Emmy en el rubro comedia durante su primer año se transformó en un suceso que, incluso, trasciende la pantalla chica. De hecho, Buena Vista Games, una filial de The Walt Disney Company, acaba de lanzar al mercado un videojuego sobre la serie que transcurre en el aparentemente apacible barrio de Wisteria Lane, en el que los jugadores pueden espiar a la vecina, dejar correr rumores y otras cotidianidades. Incluso, la cadena ABC firmó un contrato para que los personajes de la serie aparezcan en publicidad in store en las tiendas Kroger’s recomendando productos.
Al llegar al barrio privado Los Galgos, ubicado en Pilar, en el que se levantó el megaset de televisión (ver aparte), la desolación que a primera vista causa el emprendimiento nuevo se corta abruptamente por una calle zigzagueante de casonas coloridas, donde todo es pulcro y reluciente. En el centro de la calle Manzanares, un escuadrón de bomberos de Pilar moja el asfalto con una manguera en busca de darle brillo al pavimento recién levantado. “No pisen el césped ni la vereda, por favor”, sobresalta al cronista un productor con un megáfono, con un timing que reafirma la categoría de megaproducción de Amas de casa...
A un costado, las protagonistas se preparan para grabar una escena en la que brindan con champagne y, en el transcurso del festejo, encuentran una carta develadora sobre la muerte de Alicia (en la voz de Cecilia Roth), la amiga que en el primer episodio se suicida y destapa cada una de las oscuras historias que se esconden detrás de las fachadas. Araceli González, Mercedes Morán, Carola Reyna y Gabriela Toscano (Gabriela, Lía, Vera y Susana, respectivamente) escuchan las palabras introductorias del apuntador que hace las veces de Alicia, para luego beber el champagne y hablar sobre la carta. Pero en la TV tampoco las cosas son como parecen: lo que parecía una escena que iba a demandar no más de cinco minutos de grabación termina demorándose algo más de una hora. Primero se tiene que grabar nuevamente porque no entran las cuatro actrices en cuadro. “¿Esto es champagne de verdad?”, pregunta Morán. La respuesta es afirmativa. “Me hubiesen avisado, chicos. Me lo tomé todo...”, dispara Morán. Luego la escena se vuelve a hacer porque el ruido que produce el revoloteo de una bandada de pájaros es captado por los micrófonos. Más tarde, porque la carta no aparece por ningún lado. Recién en la cuarta toma, ya casi sin sol, la escena sale bien. “Por fin”, se relaja Reyna, mientras un séquito de productores les coloca a las protagonistas batas púrpuras para mitigar el frío de invierno.
Entre escena y escena, la troupe de maquilladoras avanza y deja sin respiro a las actrices, que pese a interpretar a amas de casa visten como para una fiesta de gala. Es que las protagonistas de Amas de casa desesperadas lejos están de formar parte de los barrios porteños alla Pol-ka, plagado de ruleros, mate y bizcochitos de grasa. En la trama, las mujeres que esconden todo tipo de miserias y problemas cotidianos no tienen problemas en llegar a fin de mes, acorde a la realidad de la sociedad estadounidense. Por eso, en la versión local, son un grupo de amas de casa (más bien señoras) propias de countries tradicionales como Lagarto, Highland o Tortuguitas.
“No se trata de una adaptación drástica, sufrió muy pocos cambios”, le explica a Página/12 Marcos Carnevale, adaptador y codirector de la serie junto a Sebastián Pivotto. “La narrativa es igual a la original, muy americana, con un registro elíptico, que cuenta estrictamente lo necesario y que trabaja desde el género y no tanto desde los personajes. Lo que cambiamos son los usos y costumbres, las instituciones y los ritos asociados a nuestra realidad. Pero los conflictos los mantuvimos porque, aunque no las veamos en los almacenes, en Argentina estas minas también existen...”, subraya.
Ya lo dijo Alfred Hitchcock hace mucho tiempo, palabras más, palabras menos: “Es preferible hacer una remake de un libro malo, que hacerlo de un libro muy bueno”. Pero si la presión de estar adaptando nada más y nada menos que la serie que mejores críticas cosechó en la industria televisiva estadounidense en los últimos años –junto a Lost– no fuera suficiente complicación, el hecho de que Amas... mantenga un esquema narrativo y de actuación estadounidense convierte al ciclo de 23 episodios en un programa no fácil de digerir para los televidentes argentinos, acostumbrados a otro tipo de registro. Diferencias que, sin embargo, también se presentan como puntos atractivos para el público, refrescando la pantalla chica.
“Nosotros somos más histriónicos”, detalla Reyna, quien tiene experiencia en adaptaciones, ya que formó parte de La niñera (como actriz) y de ¿Quién es el jefe? (como directora de actores). “Mientras en el humor nosotros somos más tanos –compara–, los norteamericanos son más ingleses. Nosotros tenemos a Olmedo en nuestro registro. Las sitcoms permitían un cierto tipo de humor más pasado. Aquí, en Amas..., no tenemos otra opción que ir al texto, a la acción: no sirve un actor buscando qué decir. El naturalismo no va, porque el ritmo se pincha. Tanto la sitcom como la dramedy son géneros muy alcahuetes: donde no fuiste a la acción, aburrís al televidente.” En tal sentido, la actriz cree que “si nosotros nunca hubiéramos visto la versión original y sólo hubiéramos leído los libros, probablemente habríamos hecho un unitario más dramático, porque somos más latinos”.
Ahora bien, ¿puede el público argentino, en su mayoría de clase baja y media, llegar a identificarse con estas mujeres que manejan autos importados, están siempre espléndidas y viven en barrios privados? “Creo que la inteligencia del autor de la serie –explica Morán– es que pudo en estos cinco o seis estereotipos de mujeres condensar e implicar a millones de caracteres femeninos. El autor conoce mucho del espíritu femenino, más que de la problemática, lo que provoca una enorme identificación. No sólo en las mujeres, sino también en todos los hombres que están tratando de descubrir ¡cómo carajo somos las mujeres! Tanto hombres como mujeres pueden disfrutar del programa, porque ambos son víctimas y beneficiarios del carácter femenino.”
En la misma línea que su compañera, González cree que el programa no hace distinción de sexo. “La serie –apunta– trata sobre la disociación entre el sueño de La familia Ingalls y la realidad cotidiana. El público de Amas... es más amplio que el de Sex & the city porque trata de mujeres en su relación con sus hijos, con sus amigos, con sus padres.” Una serie que vuelve a poner sobre el tapete el mundo de las apariencias, tantas veces transitado por la pantalla chica, pero que sin embargo lo hace con un extraño y encantador ingenio, que no ahorra en drama ni en humor. Tampoco en acidez.
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