Domingo, 21 de junio de 2015 | Hoy
TELEVISION › COMIENZA LA SEGUNDA TEMPORADA DE TRUE DETECTIVE
Con una apuesta más clásica, la nueva entrega muda su trama a los suburbios californianos con otro elenco. Esta vez hay diversas historias unidas por la sordidez y el trasfondo de una masculinidad maltrecha. Se destacan Colin Farell, Vince Vaughn y Rachel McAdams.
Por Federico Lisica
Alguien llama por teléfono a la Unidad de Vicios de la policía en California y la contestadora no responde. Es un instante perdido de True Detective 2 (que hoy retorna a las 22, por HBO) que funciona por contraste dentro de la entrega realizada por Nic Pizzolatto. En el resto abundan las imágenes con drogas, trata de personas, alcoholismo, ludopatía, corrupción política y abuso físico, conformando una rara armonía. Es un policial donde más que el caso a resolver –el asesinato de un tal Ben Caspere– lo que importa es adentrarse en ese ecosistema degradado.
El punto neurálgico es Vinci, “supuestamente una ciudad” según el oficial Ray Velcoro (Colin Farrell). Enclave ficticio en las afueras de Los Angeles, que tiene sólo 95 ciudadanos pero funciona como un pujante –y tóxico– cordón industrial gracias a lo que Frank Semyon (Vince Vaughn) define como “codependencia de intereses” entre la mafia y el resto de las instituciones. Velcoro y ese maleante se conocieron en el pasado por mutua necesidad. Uno para obtener información sobre quién violó a su esposa (y actuar en consecuencia), el segundo para contar con mano de obra policial. Velcoro se volvió una lacra del sistema y Semyon, que ascendió en la estructura criminal, busca limpiar su nombre con un negocio ligado a la construcción. Los otros protagonistas son un miembro de la patrulla caminera (Taylor Kitsch) y una integrante de Investigaciones Criminales (Rachel Mcdams). El primer episodio, de los ocho que conforman la miniserie, es una larga deriva de los agentes hasta que se topan con un cadáver a la vera de la autopista. Es el socio de Semyon quien ignora por qué le tiraron ese muerto. Completamente alejado de su rol en las comedias, la actuación de Vaughn es inquietante y física. Lo mismo vale, pero por su mal estado, para la de Farrell. “Está quemado”, lo grafican. Velcoro aúna los peores componentes de los detectives de la primera temporada (la rusticidad de Marty Hart, el padecimiento de Rust Cohle), pero sin tiempo para filosofar sobre ello y con el colesterol por las nubes. Intimida a los golpes y con sus frases: “Voy a cogerme a tu papá con el cuerpo decapitado de tu mamá”, le suelta a un chico que acosa a su hijo en la escuela. Tras dejar al padre de este sangrando en el suelo, vale agregar.
True Detective fue una de las producciones audiovisuales televisivas mejor recibidas por la crítica y público en 2014. Mérito de su originalidad formal, de su intertextualidad filosófica-literaria, y relectura del género policial con sus variantes (del noir a la pareja dispareja). Le siguieron premios para sus creadores e intérpretes, runrún mediático (que se publicara a nivel global una novela de Pizzolatto, por ejemplo) y legión de fanáticos dispuestos a diseccionar cada uno de las encriptados mensajes sobre la mitología sureña allí dispuestos. Esta antología (cada temporada con una nueva historia y contexto), sin embargo, no comparte con American Horror Story –otra especie del tipo– un elenco compartido. Luego que uno de sus “detectives originales” tuviera una epifanía sobre el origen de los tiempos, eran previsibles ciertas modificaciones.
True Detective 2 hace gala de un clasicismo que podrá tener sus adeptos y detractores, pero nadie podrá negar su consistencia. Sin el rupturismo temporal que le proveyó el director de la primera temporada, Cary Fukunaga, esta versión es igual de potente y con su propia identidad más allá de que vayan rotando los realizadores (los dos primeros a cargo de Justin Lin, famoso por su trabajo en Rápido y furioso). True Detective era Niccolino Locche citando a Nietzsche, ésta es el Tyson de los ’80 con la locuacidad de Hunter S. Thompson. Al misticismo anterior le responde con convenciones del policial más brutal. Las conexiones se dan en la icónica estética de la apertura (ahora con música de Leonard Cohen) y cierto pathos que hacen de cualquier entorno un ecosistema enfermo. “Tenemos el mundo que nos merecemos”, es el lema que pronuncia un protagonista. Dicho de otra forma, si en la primera versión los detectives se veían subsumidos por un asesinato macabro y de tintes rituales, ahora son los propios personajes y su background los que sazonan el cuerpo del delito.
Una de las pocas y razonables objeciones a la primera temporada tuvo que ver con el poco desarrollo que tenían los personajes femeninos. Nulos, frustrados, o como consecuencia de lo hecho por los hombres. Tal vez como respuesta, Pizzolatto delineó como el más fuerte e íntegro al de McAdams, una chica criada en una comuna hippie que anhela borrar ese pasado. “La diferencia entre los sexos es que uno puede matar al otro con las manos, y si un hombre me pone una mano encima lo desangro”, suelta su Ani Bezzerides mientras fuma su cigarrillo eléctrico. “Fumar, eso es como chuparle la pija a un robot”, responde el agente Velcoro, al que lo acosan las investigaciones, y tiene algún que otro complejo de identidad masculina por resolver.
Lo mismo vale para Semyon y la experiencia traumática de cuando fue soldado. Paternidades sin resolver, pastillitas azules, espermas inservibles: True Detective 2 apunta a la masculinidad donde más duele. Los cuerpos gastados, mugrosos, y hasta con pis en sus pantalones parecen decorativos. “Este ya no es un país para blancos”, esgrime el decrépito padre de Velcoro. Y puede que esa frase, lanzada en un momento tan sensible para la comunidad afroamericana, derive en nuevas críticas. ¿True Detective 3 con actores negros en roles trascendentes? Para eso falta.
True Detective 2, además de su gran guión y actuaciones, profundiza su veta como producto sensorial total. Despide las brumas y los pantanos de Luisiana para adentrarse en la vera del Pacífico, que no luce soleada y amistosa. Aquí se respira el humo fabril y se palpa el cemento de las carreteras. Marc Augé se haría un festín al ver las panorámicas nocturnas de esos no-lugares donde se desarrolla la trama. La música es otro actor fundamental. Sugerente, va del jazz industrial a Nick Cave, aunque la que se destaca es un folk compuesto por T-Bone Burnett, una de las hijas de Johnny Cash y la chica que la interpreta en pantalla, Lera Lynn. Casi una coda que resuena cada vez que Velcoro y Semyon se juntan en un bar, algo mejor que mirar desde la autopista y pisar el acelerador.
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