TELEVISION › COMPLOTS Y CONSPIRACIONES SON LAS NUEVAS OBSESIONES DE LAS TRAMAS QUE LLEGAN DESDE DEL NORTE
Nada mejor que una ficción basada en el miedo para lograr una fórmula exitosa. Lost, Los 4400 y las flamantes Threshold, The Nine y Six Degrees podrían entenderse, según la opinión de los críticos, como “la herencia de Los expedientes secretos X o de Osama bin Laden”.
› Por JULIAN GORODISCHER Y EMANUEL RESPIGHI
La suma de todos los miedos podría definirse por acumulación de temas de la última ola de ficciones llegadas del Norte. ¿Quién da más? O, después de la irrupción del genio de Lost (JJ Abrams), ¿quién cuenta menos? El miedo –se sabe después de que Abrams dosificara la información al límite de lo narrable– es el último grito de la moda conspiranoica y se optimiza escatimando, quitando, relegando al off la identidad del peligro, trátese de la bestia que bramó en la isla infernal más vista del mundo en la primera temporada o de la invasión extraterrestre (¿lo será?) que se anuncia en la recién estrenada Threshold (Umbral). Los grandes miedos que dominan la grilla televisiva ya no giran en torno de la invasión maléfica clásica y unidireccional del tipo Los invasores o V Invasión extraterrestre.
La actual moda de las series paranoicas propone escenarios de infiltración, cambios de rostro continuos para el villano, mundos en peligro que no singularizan a la víctima y el victimario. Entre los otros de Lost, los Héroes que acaban de estrenarse en los Estados Unidos (NBC) y Los 4400 (por Universal, abducidos y devueltos a la Tierra como si el tiempo no hubiera pasado) hay algo en común: la tragedia es masiva, ocurre más allá del drama del individuo, y es siempre mayor el desconcierto al pánico. Estas verdades se van conociendo de a poco y, a veces, quedan en una zona de ambigüedad difusa. ¿A qué se teme en Los 4400? ¿Cuál es el peligro que representan “los otros” de Lost? ¿Qué conspiración secreta se cierne sobre los humanos en Threshold, al punto de exigir el silencio de Estado y qué fuerza impecisa enlaza inexplicablemente la vida de los desconocidos en lo nuevo de Abrams que llegará el año próximo con el título de Six Degrees (seis grados de separación)? “La mayoría de estas series –asegura el especialista Axel Kuschevatzky– son herencia de Los expedientes secretos X o, quizá, de Osama bin Laden.” ¿Podría ser más preciso?
Para una evolución histórica de la paranoia televisiva, Kuschevatzky focaliza en Los invasores que, allá por los años ’50, resumieron “la forma –dice– de explicar el macartismo, o lo que el macartismo había despertado en la gente. A partir del macartismo era difícil saber quién era coherente con su imagen pública. En momentos como éstos, con un gobierno de extrema derecha, en una situación política extrema, es lógico que vuelva a surgir la tendencia paranoica en televisión. The X Files, la serie clintoniana por excelencia, también era paranoica”. Pero los fenómenos paranorma-les/alienígenas de la serie que protagonizó David Duchovny anclaban con la realidad a través de los atentados de Oklahoma (uno similar abre la película de The X Files). Y, en cambio, en la última camada de conspiraciones el peligro inminente como sensación frecuente se desplaza incluso hasta el fin del mundo (donde se encuentra el objeto extraño de Threshold) o fuera del mundo (la isla misteriosa de Lost), aunque también en el interior de un espacio cotidiano tan familiar como un banco, donde el complot consiste en el pacto inexplicable de silencio entre los rehenes después de un robo (sólo ellos saben qué están ocultando).
Entre las recién estrenadas, The Nine (jueves a las 24, por Warner) corta su secuencia durante el asalto y retoma la acción 52 horas más tarde, cuando la policía entra al banco y rescata a los rehenes. ¿Por qué estas personas expresan una extraña conexión entre sí y un perturbador silencio sobre lo que pasó allí adentro? Threshold, por su parte, sitúa a un grupo de investigadores del gobierno afectados por los efectos de “esa luz extraña e inexplicable” que produce alteraciones cerebrales y genera unos sueños intensos, emitida por una especie de nave venida desde algún lugar. El primer objetivo será confirmado en el capítulo estreno: la existencia de inteligencia extraterrestre. Héroes (desde febrero, por Universal) hereda de Lost la intención de emparentar un grupo al azar, pero no por ubicación geográfica, sino por cualidades compartidas, en la línea de Los 4400: podrán traspasar paredes, modificar el futuro o escuchar los pensamientos.
Mike Spinelle, presidente de Warner Channel Latinoamerica, atribuye la tendencia a las historias paranoicas a una secuela del fenómeno Lost, ya que “los canales y las productoras en Estados Unidos están estrenando o produciendo una importante cantidad de series de complot. Los espectadores están deseosos de ver series que sean impredecibles y rompan con lo obvio y lógico”. La promesa inacabada de saber –pese al pacto tácito de que en estas series nunca se sabrá– demostró sus virtudes comerciales. Por lo intrincado de sus tramas, esas series, por suerte, generan seguidores fanáticos que fidelizan audiencia.
Para Kuschevatzky, “en El fugitivo todavía el sistema perseguía a un solo hombre. Pero en las series paranoicas nuevas ya no existen los individuos”. Se conectan con 24 (con Kiefer Sutherland) en el germen de confabulación (allí entre el poder político y el terrorismo), pero se distancian en la extinción del héroe único y en el éxodo a los confines; se corren a lo no urbano: una isla fuera de todas las coordenadas rastreables (Lost), que podría estar más cerca de lo que se pensaba, o un desierto con poco status para la ficción (Colorado, Estados Unidos), poblado repentinamente de criaturas irreales en Supernatural (martes a las 22, por Warner). El paraíso también puede ser el infierno. Exceden a la cuestión urbana; ya no es Richard Kimble huyendo en Los Angeles. Se proponen sistemas indescifrables para los que están adentro. Ninguna tiene un final, todos los personajes son parte de un mecanismo que sólo se puede decodificar fragmentariamente.
Lo que define a la paranoia de última generación no es el atributo de la persecución; las tramas se cuentan en términos de unión invisible (también de manifiesto en Six Degrees, lo último de Abrams). “Six Degrees –sigue Kuschevatzky– es la historia de otros seis personajes unidos por un vínculo inexplicable. Están en Manhattan, se van cruzando, a veces no tienen ninguna cosa en común, y en ese contexto vuelve la idea de unión invisible.” Entre los dos hitos de la paranoia catódica, el crítico Guillermo Hernández, de Rock & Pop, encuentra más diferencias que parecidos. “El éxito de Expedientes X y Lost es que no hay cosas resueltas. Pero cuando terminan los Expedientes... se sabe de la gran conspiración entre extraterrestres y sectores del gobierno y, en cambio, Lost se va muriendo en sí misma: no da respuestas, sostiene el mismo interrogante base y está al borde de desbarrancarse.” Para la crítica Silvina Marino, la nueva ola –cuyo inicio atribuye a 24– “nunca deja determinar quiénes son los héroes. Todos los capítulos resignifican a los personajes (como en Alias, en Lost –ambas de Abrams– y 24). Y eso las convierte en no lineales, con un trazado más literario, desarrollo y elaboración”. “Lo común a todas –agrega Kuschevatzky– es que la nueva televisión norteamericana gira en torno de la idea de ‘destino’: de por qué estamos asignados a algo. Algo de las secuelas del 11/9 se filtra en ese futuro del que no se puede escapar.”
Producción: Roque Casciero
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