TELEVISION › LA ATIPICA PROPUESTA DE “DEJAMELO PENSAR”, POR CANAL 7
Sandra Russo y Boy Olmi conducen un programa que escapa al lugar común del talk show o los ciclos “con especialistas”.
› Por Julián Gorodischer
Una de las preocupaciones de Sandra Russo, periodista de Página/12, es “hacer contacto” a través de sus textos. En las contratapas de este diario, el “yo” no se despliega por el interés autobiográfico en sí, sino con pretensión de “rebote” colectivo. En la conducción televisiva de Dejámelo pensar (lunes a viernes a las 16, por Canal 7), acompañada por Boy Olmi, retoma los rasgos de estilo de una prosa que no apela a la figura de autoridad para legitimarse, sino que pretende “hacer girar la asociación a un autor (según explicó a Cecilia Sosa en una nota de Radar) como si fuera la tapa de un termo, hasta que haga clic. Si no escuchás el clic, la nota se te cae. El clic puede venir a través de la forma o el contenido, pero en algún lado tenés que escucharlo. Si no se te hace a vos, tampoco se le hace al lector”. La misma teoría se aplica –por lo visto– al espectador televisivo.
La atípica propuesta es abordar un tema por capítulo para conversarlo con un invitado en profundidad, siguiendo un método que apunta a salir del corte superficial que suele proponer la no ficción en la TV, sobre todo por las tardes. El método incluye: navegar el campo (la dupla recoge definiciones, cifras, vulgata hasta generar una tormenta de ideas); luego escuchan a asesores en Internet, filosofía e historia (Facundo García, Roxana Kreimer y Sergio Wischnevsky); cambian el marco de la creencia; eluden la bajada moral cuando la excusa es debatir sobre sexo o drogas y cotejan con casos puntuales entre el público. El aporte de Russo (desde la idea y la coconducción) es romper con la estructura fragmentada del magazine y el talk show, no saltar de un tema a otro circulando por la misma fauna de opinólogos de la intimidad (sexólogos, psicólogos), sino apostar una vez más a la figura de la “tanza”, que le resulta rendidora tanto en escritura como “en persona”.
“Si no –dijo una vez–, las mostacillas se van cayendo. Necesitás estar segura de que las ideas que tirás se van a ir insertando en esa tanza. Después podés elegir el color, ir viendo cómo armarla, pero el eje tiene que estar tirante.” Eso es lo que da música a los textos, cree Sandra Russo. Y en la TV concreta una segunda operación que rompe con los criterios habituales para programar. Aquí, la intimidad se resignifica ya no como chisme (Intrusos, Los profesionales) o caso trágico hiperexpuesto en el banquillo (el leitmotiv del talk show) para proponer un diálogo sobre lo privado (uso de drogas, ejercicio del sexo, gustos y hábitos) que elude el cotilleo.
“Cuando no estoy poniendo algo en riesgo o cruzando un umbral un poco complicado, no crezco”, aseguró Russo otra vez. En la TV lo que se pone en crisis es el abordaje clásico del drama personal privilegiando “la teoría” o la charla a la confesión y el testimonio directo. Los conductores creen en ilaciones complejas, en “ideas que empiezan a ramificarse con otras ideas” (Russo). Ella, en particular, siempre se declaró (en la conversación y en la escritura) una mitóloga inspirada en la postura barthesiana ante la realidad: ni temor a la cultura de masas ni miedo a involucrarse para recién después tomar distancia. Puede acercarse a la cultura como “una perfecta vecina de Palermo” para no privarse de sentir, y luego (como se ve en Dejámelo pensar) proponer una forma de análisis cultural basada en el corte temático, que pone al cine, la historia y la literatura al servicio de un “foco”. El mitólogo –cree Ru-sso– necesita ir a fondo porque sólo en el abordaje exhaustivo de un determinado tema (aunque el ritmo se demore y la atención pueda dispersarse) vence los postulados a priori, hasta cuestionar el cliché. Para lograrlo hay que llamar a las cosas por su nombre (sobre todo en el amplio repertorio de tópicos relativos a la vida sexual) y violar la regla que dicta que cada especialista habla sobre su librito: el protagónico otorgado al cronista crónico (actores, periodistas, humoristas puestos a divagar) va en ese sentido, apostando a la opinión generalista como elogio de un saber sin jergas, entendiendo que todo es lo que parece sólo en el primer minuto hasta que cualquiera decida contradecirlo.
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