TELEVISION › OPINION
› Por Alejandro Kaufman *
Gran Hermano recibe una imputación: es televisión basura. Irrita. Es contrapuesto a la “cultura”, que en cambio es “profunda” y “seria”. Por las dudas, cada vez que se nos da de comer “cultura” viene convenientemente envuelta en “basura” para no correr el riesgo de que nos indigestemos con la profundidad y la seriedad de sus contenidos. Así, programas de televisión educativos son presentados por locutores y animadores de la industria mediática, no vaya a ser que un docente, un educador o un intelectual al que se proponga alguna tarea de esa índole no resulte suficientemente atractivo para la audiencia. El envoltorio nos anticipa siempre la basura, dado que es su destino una vez capturada la voluntad adquisitiva del usuario. Es paradójico vehiculizar mensajes educativos a través de intermediarios que repiten un guión en lugar de encomendarles esa tarea a quienes por sus profesiones se dedican a preparar por sí mismos el orden de las palabras.
La subordinación que suelen tener tanto voluntades políticas como culturales a lo que suponen que es el “público” resulta desmentida por GH, experimento desprovisto de mayores garantías, ni siquiera basado en una repetición asegurada. Hay incertidumbre en una apuesta semejante (que forma parte del interés que suscita). Incertidumbre que muchos agentes de la cultura y la educación no se atreven a arriesgar. Y no se atreven por lo intimidatorio del arrasamiento que el sentido común mercantil ocasiona a la cultura y a la educación. Sentido común inescrupuloso y audaz que juega fuerte y gana. Allí radica una de las claves de la irritación: reacciona a la disputa por el éxito, no porque el éxito sea un valor en sí, sino porque es deseado por quienes se irritan y ven una competencia difícil de enfrentar en esa basura que es GH. Ante la basura, el público prefiere la basura, no hay que dejar de darle basura siempre que se pueda. Pero, ¿qué es la basura? Palabra de época. La forma peyorativa en que se la usa es más ampliamente aplicable a lo que algunos irritados llaman “cultura-profunda” mientras se emplean a sueldo de cloacas mediáticas y medran con sórdidos moralismos republicanos, siempre prodigando sus recurrentes mímicas de servicios fúnebres. Para las vanguardias biopolíticas que pautan el ritmo de las transformaciones que atraviesan y redefinen la condición humana, basura es todo aquello susceptible de ser reclasificado para recibir una asignación de valor de cambio en el proceso de reciclado al que se somete la materia animada o inanimada existente en la ciudad posthumana. Todo aquello que se encuentre en desorden pertenece al dominio de la “basura” y se procurará que permanezca en estado estacionario hasta que alguna máquina competente proceda a su recalificación.
Aquello que Google hace con los datos infinitamente extraviados y dispersos en las redes, GH realiza con los cuerpos selectos extraídos del público. Casting es lo que hace cualquier empleador cuando selecciona personal. Casting es lo que finalmente se nos induce a hacer en nuestras propias relaciones sociales y afectivas. No nos embarga la belleza. Nos seduce el casting, selección de rasgos físicos y sentimentales que nos hagan disfrutar de la vida en forma bien lubricada y sin dejar residuos abandonados al desorden. Hasta el rechazo del racismo termina siendo una democratización del casting. Punto hasta el cual la TV argentina en su conjunto no ha llegado, salvo en el canal educativo, único en el cual un forastero podría contemplar en TV los rasgos étnicos propios de nuestro país. Por lo demás, el casting sigue siendo racista, incluyendo a GH.
GH no tiene ni una fracción de la condición de basura que ha logrado encarnar buena parte de la TV argentina, con la que desde hace muchos años, al menos desde la dictadura, envilece cualquiera de sus pretensiones. GH es como la Coca-Cola, producto genuino del capitalismo. Es así, es todo y cualquier cosa, y sólo en una perspectiva que examinara la basura en toda su condición podríamos establecer el lugar de GH en la basura, lugar que nos es destinado por la condición cultural contemporánea en muchas de sus variables. La Coca-Cola no es vino, pero al menos nadie habrá de confundirlos.
* Docente UBA-UNQ.
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