TELEVISION › ESTRELLAS Y ESTRELLADOS EN “GRAN HERMANO FAMOSOS”
Una nueva edición del reality show reemplaza a los seres comunes por figuras de segunda línea que convierten a la casa del encierro en una usina productora de escándalos y polémicas.
› Por Julián Gorodischer
Saturados los intercambios de parejas, la marginalidad módica de sus huéspedes, las modelitos que engordan y las variaciones múltiples del hombre y la muchacha de barrio, entonces –para dar la bienvenida a sus nuevas criaturas– Gran Hermano Famosos (GHF, que debutó en Telefé el domingo ganando cómodamente su horario, ver aparte) apeló al contraste entre lo visto y lo enunciado, entre esas megaestrellas saludadas como en un homenaje póstumo o a la trayectoria y el paso vacilante de Amalia Granata, cuyo mérito es haber pasado la noche con la estrella en una visita del cantante Ro-bbie Williams. El sarcástico envío de GHF cargó las tintas sobre la rutilancia de los recién llegados, mientras los propios ingresantes debían preguntarse puertas adentro: Y vos, ¿quién eras? Su idea de fama (el estatuto que le confiere) parece recién extraída de las páginas de una revista Caras de los años ’90, brindando a los famosos en cuestión un ámbito pretendidamente suntuoso que agrega al encierro de los comunes un sauna, un jacuzzi y revestimientos y mueblería acordes con la gente que sale en las revistas.
Las “estrellas” de GHF, en la mayoría de los casos, son poseedoras no de status profesional o carisma, sino de uno o varios secretos, lo cual deslizó la trama y el conflicto de este reality hacia una zona en la que lo que importa no es lo que se siente, sino lo que se chusmea (“A ver, vamos a chusmear”, fue lo que dijo Amalia Granata, la primera en entrar a la casa). Cada famoso fue presentado mediante un informe y una miniperformance en la que se tapaba la boca, los ojos y los oídos, como si cada uno de ellos fuera una bomba de tiempo que debería ir explotando en fases programadas a lo largo de la saga. Así: Luis Vadalá, ex de Moria, debería ventilar en breve alguna intimidad de la diva (ya desmentido el rumor sobre un supuesto bozal legal que ésta le habría impuesto); la propia Granata tendría que seguir recordando la única noche de gloria en la habitación del Four Seasons; el conductor bailantero Hernán Caire podría desviar las críticas que le dedicó su ex, Nazarena Vélez, en otros programas; el propio hijo de Carlos Menem (Carlos Nair Meza) ya comenzó a sacar trapitos sucios de los políticos que se llevan lo que es de la gente... Así hasta ir degradando el rango del chimento hasta encarnarlo en figuras como la de la vedette Cinthia Fernández, que podría revelar secretos de la cachetada que le dio a Tristán hace dos temporadas de verano. Jorge Rial lo hizo: el reality show abandona sus pretensiones de telerrealidad, deja de lado incluso su más reciente condición de escalera a la fama para extras, modelos y buscadores de bolos y se convierte en un derivado directo del programa vespertino de chimentos, una usina que ya no se dedica a producir complots, infracciones a las reglas del lugar, romances no consumados y figuritas de alguna revista de Gerardo Sofovich, sino de chisme, más chisme, data fresca, escándalo, como sucede en Intrusos o en Los profesionales, pero durante las 24 horas en continuado, aun mientras duermen porque la disputa por una cama, un ronquido que opaca el protagonismo de otro dormir también pueden ser carne para una polémica. La primera noche el conductor, grandilocuente como en la versión de los “mortales”, ya cargó las tintas sobre “cómo Granata se quedó con la cama más alejada de la puerta”.
La paradoja del Gran Hermano Famosos es encerrar a estas estrellas (también el ex Operación Triunfo Pablo Tamagnini, Jacqueline Dutrá, ex de Martín Palermo, el chef sexual Nino Dolce, la panelista de Acoso textual Mariana Otero, el actor Pachu Peña, la modelo Dolores Moreno, Jorge “Roña” Castro y la ex Bandana Lissa Vera, entre otros) para que hablen del mundo exterior, caracterizadas por su condición puramente parasitaria, exclusivamente metonímicas: puestas allí para que hagan referencia a otra cosa. Como espectros, tienen asignadas unas pocas acciones para el debut: distanciarse del famoso/ famosa que les habilitó el ingreso (“Yo soy un pibe tranquilo”, insiste Carlos Nair), forzar el carácter de persona común para tender lazos con los llamados telefónicos (“Yo no soy famoso, soy popular”, dice Nino Dolce) o refundar a la incomodidad de la casa anterior como un VIP clásico (“La cama de la punta queda para mí”, repite la Granata). Como la curiosidad de GHF es el valor testimonial farandulero, el orden de mérito ya no está dado por no saber a quién nominar, o por sentir demasiado o –recientemente– por saber jugar hasta ganar, sino por anticipar las primicias que solucionarán tantos vacíos de conversación durante la semana: en tal sentido, todas las bombas que se esperan son de índole sexual sobre hábitos ocultos, fetiches o trampas de Nazarena y Moria, Palermo y Robbie Williams, exceptuando a Carlos Nair, aunque ya se animó a postular que para saber del Carlo deberían haber contratado... al Carlo. La Dutrá anticipó, a las pocas horas de ingresar, que por su cama pasó un seleccionado completo de fútbol y que dará nombres: lo que se dice una alumna aplicada de las demandas del show.
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