Mucho antes de que terminara su tercera temporada, se había empezado a hablar de la revolución narrativa del último episodio de Lost, y lo cierto es que su despedida, el lunes pasado en AXN, no decepcionó. Y no fue por el reemplazo de los habituales flash backs al pasado biográfico de los náufragos por un flash forward que confirmó que habrá salida de la isla, sino por la esencia misma de ese retiro al futuro, que no resituó la trama ni prometió más en la ciudad, sino que tuvo exactamente el mismo carácter que las idas al pasado. Apenas se trató de un fogonazo de información para que todo pueda seguir transcurriendo en aquel lugar perdido del Pacífico al que fueron a parar, ahora con un rescate inminente que no promete nada bueno, la sumisión del maléfico Ben (por ahora, domado), la muerte del encantador Charlie en esa escotilla submarina y la reunificación con miras a la salida. Pero volviendo a la ida al futuro: JJ Abrams y secuaces quebraron el tabú primordial, que aseguraba que una vez afuera todo terminaría, anticipando un encuentro entre un Jack (Mathew Fox), añorando su vida en la isla de los misterios, y Kate (Evangeline Lilly), haciendo mención a un hombre que la retiene y al cual debe complacer en su dominación. Con cuentagotas, se dice que uno de sus compañeros ha muerto recientemente (hay un funeral desierto), que Jack es un héroe renegado, y se pronuncia esa frase que es puro deseo de seguir mirando, perturbación y cambio de rumbo para un deseo colectivo que sólo pugnaba por la vuelta: “No estábamos destinados a vivir”, dice Jack, abriendo la brecha entre la salida y ese después, que pudo haber sido peor que la estadía en la isla. Como siempre en Lost, lo no dicho, lo que hay donde no hay imágenes, siempre es peor que lo que se ve.