Sábado, 1 de marzo de 2008 | Hoy
TELEVISION › FACUNDO ARANA Y LOS DESAFIOS DE VIDAS ROBADAS
El actor dice que, contra lo que sostienen aquellos que “hicieron una industria del quilombo”, en el medio televisivo nadie desea que al otro le vaya mal. “No por altruismo: para que el negocio funcione le tiene que ir bien a la mayoría.”
Por Emanuel Respighi
Facundo Arana es una de esas personas que cuida cada palabra con la que se expresa. A contramano de la histeria que suele signar al medio, en el que él es una de las figuras más convocantes, antes de responder el actor se toma un tiempo para pensar no sólo qué decir sino cómo hacerlo. Mecanismo de defensa al que recurre ante la exposición en la que lo colocan programas y revistas de chimentos (“han hecho una industria del quilombo”, dirá), o manera natural de dialogar, lo cierto es que esa forma pausada y amable da lugar a observar y detenerse en modismos que llaman la atención. Uno de ellos es que nunca se refiere a sí mismo como un actor, sino “como un contador de historias”. Y también señala que se siente satisfecho cuando los proyectos en los que se embarca logran “acariciarle el alma al público”. En 2008, la historia que desde el lunes contará en Telefé se titula Vidas robadas (lunes a viernes a las 22) y más que llegar al alma el actor intentará sacudir conciencias, con una trama que utilizará el amor como excusa para abordar el tráfico de personas.
Vidas robadas se enmarca en lo que se puede definir arbitrariamente como “nueva telenovela argentina”: esa nueva narrativa que surgió en los últimos años en la que los conflictos propios del género –la imposibilidad de un amor, con las subtramas correspondientes a adversarios y colaboradores de uno y otro protagonista– se cruzan con problemáticas sociales vigentes, por su actualidad o porque aún influyen en la sociedad. Resistiré, Los médicos de hoy, Mujeres de nadie y Montecristo, con sus notables diferencias, podrían entrar en esta veta en el género que encontró la industria argentina como característica para ganar mercados en el mundo entero, a diferencia del clásico culebrón mexicano.
Escrito por Marcelo Camaño (coautor de Montecristo), Vidas robadas contará la historia de Bautista Amaya, un antropólogo forense que perdió trágica y misteriosamente al amor de su vida, y Ana Monserrat, una fotógrafa que atraviesa un duro momento con su hijo. La inevitable historia de amor descubrirá, sin embargo, una oscura trama sobre la esclavitud moderna traducida en el tráfico de personas. Una telenovela que da un paso más hacia los nuevos exponentes del género que dejan los mundos ideales y edulcorados para hablar de problemas de su tiempo. “No será una telenovela de amor más. El programa va a servir para instalar como tema de debate en la sociedad argentina el tráfico de personas y la falta de leyes para castigar a quienes lo realizan”, subraya Arana.
Al igual que Pablo Echarri con Montecristo, Vidas robadas marcará, probablemente, otra faceta en su carrera. No es que el protagonista de telenovelas como Yago, pasión morena, Muñeca brava, Padre Coraje y Sos mi vida, entre otras, dejará de ocupar su rol de galán para el que lo convoca año por medio la TV, pero la nueva producción de Telefé Contenidos le dará una textura diferente al personaje que encarnará. “No reniego del galán, porque es un lugar que me permite trabajar y crecer como actor”, aclara Arana. “Soy de los que prefieren que las cosas fluyan y no forzar nada. En Vidas... no voy a ser un galán lineal. En estas nuevas novelas, ya no hay dos protagonistas, ni ser galán significa protagonizar: se conforman con elencos de protagonistas. El galán lo único que hace es llevar la historia principal de amor con la heroína. La telenovela argentina entendió que el protagonista debe ser la historia. Prefiero seguir siendo un galán, pero en historias tocando estos temas.”
–¿O sea que de Vidas robadas le atrajo la problemática social más que cualquier otra cosa?
–Desde hace un par de años, Telefé comenzó con el camino de romper con el clasicismo en el género para su tira de la noche. En Vidas robadas, en vez de contar historias paralelas o que las subtramas estén en función de obstaculizar y retrasar el amor entre la pareja protagónica, la fuerza de la historia es tan o más pesada que la trama de amor. La esclavitud es una problemática mundial. Y lo que es peor: es un tema que también existe en Argentina, pese a lo que creemos. Dentro de la ficción, Vidas robadas busca ser el medio para que se sepa que la esclavitud es una problemática social que persiste. Si eso se logra, no solamente vamos a contar una historia, sino que además vamos a servir para tomar conciencia sobre lo que nos pasa en el siglo XXI. Es hora de que se use un género tan importante como la telenovela para contar mucho más que historias de amor. El arte y la TV son un arte además de un negocio, deben hablar sobre las problemáticas sociales de la época. Sea el tema que sea.
–En Brasil y Colombia, tanto la TV como el Estado utilizan el género como medio para crear conciencia sobre problemáticas sociales, dadas la penetración y lealtad que la telenovela tiene en las clases sociales más carenciadas.
–Yo me saqué el sombrero con Montecristo. Pensé que Resistiré había sido un hallazgo perdido, que iba a quedarse ahí. Y resulta que fue como un primer boceto de lo que iba a convertirse en una nueva forma de contar una historia de telenovela. Creo que Vidas robadas será un paso más que se da en esa búsqueda. Al igual que los brasileños, no-sotros tenemos muchos mercados ganados en el mundo. Lo bueno es que fue un proceso que se dio de a poco, lo que generó un negocio millonario, pero que hizo que no se le volara la cabeza a nadie. La telenovela argentina tiene más de sesenta mercados abiertos hoy en día. Y la esclavitud es un problema que existe en Argentina y el mundo.
–¿Investigó algo sobre el tema cuando le propusieron hacer una novela con el tráfico de personas como eje?
–Para no amedrentarme, elegí ir como me gusta a mí: sin preguntar nada y yendo para adelante. Confió mucho en Marcelo Camaño, que tiene experiencia en tocar temas sociales ya que fue coautor de Montecristo y guionó el ciclo Televisión por la identidad. Es una novela ficticia con un nudo dramático real y vigente. De todas maneras, no voy a enarbolar una bandera por la que no he peleado y de la que no tendría por qué hacerme cargo porque no me corresponde. Pero si Vidas cruzadas sirve para que quienes levantan esa bandera tengan más fuerza, bienvenido sea. La de la esclavitud es una bandera que no me pertenece, pero a la que me interesa apoyar desde mi lugar de contador de historias.
–De alguna manera, es parte del arte llegarle al espectador a través de una obra a esos rincones más profundos del alma y la conciencia.
–No hay mejor respuesta para un actor que la de tocarle a la gente las fibras más íntimas de sus emociones o su conciencia. Lo que no hay que dejar de lado es que nosotros vamos a hacer una telenovela, que se va a emitir por la televisión y que la televisión es un gran negocio.
La telenovela y las cifras
–Luego de Resistiré, en algún punto, y Montecristo, hoy pareciera ser un negocio también anclar la historia de amor en un contexto social real, actual y universal, de ser posible.
–Estoy completamente convencido de que Telefé trabaja la incorporación de temáticas sociales en sus tiras independientemente del rating. Al canal le sería mucho más fácil ir a lo seguro, con una historia de amor más o menos tradicional y conflictos típicos del género. Podrían mirar para otro lado, pero no sé si después podrían ir a dormir tranquilos. Hay una línea de pensamiento sobre lo que debe ser la televisión que se refuerza en cada nueva telenovela. Montecristo y ahora Vidas robadas no son ciclos estancos ni aislados. Se trata de compartimientos que se relacionan. Eso va a quedar más claro a lo largo de la tira. Igual, las suspicacias de algunos van a estar presentes porque el medio está teñido de ellas.
–Pero no está mal que se realicen estos análisis.
–No. Hay que hacerlos, pero hay que saber “aprovechar” esta posibilidad de cruzar cuestiones sociales con ficción. Los guionistas no le esquivan al tema que quieren tocar. Cuando uno quiere reflejar la realidad en ficción, lo debe hacer hasta el fondo: no se puede quedar en medias tintas. No estamos descubriendo la pólvora. Ya lo hizo Montecristo.
–El protagonista de Montecristo, Santiago Díaz Herrera, iba a en busca de venganza. ¿El suyo irá detrás de venganza o simplemente de justicia?
–Una no existe sin otra. En los libros de historia siempre se habla de justicia. Pero no hay justicia sin venganza, ni venganza sin justicia, al menos en las novelas. En la vida, en todo caso, puede haber una sin otra. Pero en la ficción no hay sed de justicia si no hay sed de venganza de algún tipo. Va a haber misterios de corto plazo y otros que alimentarán el gran misterio de Vidas...: ¿dónde está esta persona, qué fue de su vida, qué ocurrió, por qué? Es un nudo dramático muy grande, que se está trabajando muy cuidadosamente.
El karma del
éxito televisivo
–¿Cómo se relaciona la veta social de Vidas robadas con la necesidad televisiva de tener audiencia?
–Si no ocurre el éxito, hay que tener la dignidad y la franqueza de asumirlo. El riesgo siempre está. Puede pasar que la apuesta sea absolutamente clara, pero que la historia se nos vaya de las manos. Eso pasó montones de veces. ¿Por qué no pasaría acá? ¿Y por qué ocurriría? Ahora, si la audiencia no acompaña o el tráfico de personas no se trabaja en profundidad, uno tiene que tener la grandeza de saber que tiró la piedra lo más lejos posible y que sopló viento en contra.
–A lo largo de su carrera, tuvo más éxitos que fracasos. ¿Siente la responsabilidad de ser la cabeza de uno de los principales proyectos de Telefé para este año? Incluso, a nivel internacional Telefé presenta Vidas robadas como “la nueva telenovela de Facundo Arana”...
–Pero no es más que una cuestión comercial. Ninguna ficción se hace hoy sobre el nombre o las espaldas de una persona. La TV evolucionó lo suficiente como para que hoy los productos superlativos sean aquellos en los que todos los engranajes –productores, guionistas, directores, técnicos, camarógrafos, vestuaristas, actores– funcionan entrelazados. Pero sé que también es un año atípico: el año pasado, después de 18 años de liderazgo absoluto, a Telefé se le cayó el vaso de agua de la mesa. Pero es una competencia y nunca el liderazgo es eterno.
–El problema es que la TV es un gran negocio y en un país como éste no hay lugar para ese pensamiento...
–A la gente de Canal 13 no le debe haber hecho ninguna gracia el levantamiento de Una de dos, de Telefé. Porque si bien todos lo que trabajan en el medio queremos ganar, nadie desea que al otro le vaya mal.
–A veces hay actitudes de quienes manejan la TV que no parecieran corroborar esa hermandad de la que habla...
–Créame que es así. Yo he hablado con unos y otros y todos me dicen lo mismo: quiero que a mí me vaya mejor que al otro, pero no que a los demás les vaya mal. No por altruismo, sino porque saben que detrás de cada ciclo hay familias y que para que el negocio funcione le tiene que ir bien a la mayoría.
–...
–Hay una parte mía que choca siempre contra una pared, teniendo en cuenta que el 70 por ciento del medio está esperando agazapado como pirañas que alguien se caiga para caerles encima. Estoy cagado a mordiscones, pero es la profesión que elegí. Y si voy a estar en la TV, tengo que saber que eso viene con el combo. Por un lado, tengo el brazo maltrecho por todas las cosas malas del medio, pero por otro tengo cada uno de los abrazos de las señoras y chicos que me reconocen y me hablan de los programas o personajes que hago. ¿Qué pesa más? Yo prefiero mirar siempre la devolución de la gente, que es lo que me llena el alma. Y no somos pocos los que solemos mirar para ese lado. Lo que pasa es que hacen más ruido los que hacen quilombo. Hicieron una industria del quilombo.
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