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Sábado, 1 de marzo de 2008

VIDEO › HACIA RUTAS SALVAJES, LA CUARTA PELICULA DE SEAN PENN COMO DIRECTOR

Una road movie de este siglo

El film, basado en una historia real, plantea el conflicto entre lo civilizado y lo salvaje. Como todo en Penn, tiene una intensidad trágica.

 Por Horacio Bernades

Una infrecuente intensidad emocional, dramática y visual –que en los momentos más altos roza lo sublime, y en los más bajos, lo cursi– atraviesa toda la filmografía como realizador de Sean Penn. Eso resulta tan verificable en su ópera prima The Indian Runner (1991, editada en video como Bajo la misma sangre), como en The Crossing Guard (Vidas cruzadas, 1995) y The Pledge (Código de honor, 2001). La misma intensidad –puesta siempre al servicio de una visión inevitablemente trágica– reaparece en el opus 4 de Penn como realizador, estrenado meses atrás en Estados Unidos. En la entrega de los Oscar del domingo pasado, Into the Wild obtuvo dos nominaciones: al Mejor Montaje y Mejor Actor Secundario. Llamativamente descartada por su distribuidora local, AVH la editará la semana próxima en DVD, con el título Hacia rutas salvajes.

Con guión del propio Penn y participación en la producción de Art Linson (que tiene la peculiaridad de producir sólo las películas que le interesan), Hacia rutas salvajes se basa en un libro escrito por Jon Krakauer. El libro da cuenta de una aventura real, vivida a comienzos de los ’90 por un tal Christopher McCandless. Hijo de una familia acomodada del estado de Virginia, tras graduarse con honores el brillante Chris preparó su mochila y partió, sin decirles nada a sus padres. Lector de Jack London y Thoreau, el muchacho quería probarse a sí mismo, recorriendo a dedo buena parte de la geografía de su país y llegando hasta Alaska, donde aspiraba a consumar ese encuentro con lo más profundo de sí. Todo lo cual le insumió un buen par de años a pie. Algo parecería fuera de lugar en esta sinopsis argumental, y es la fecha en que tiene lugar. De haber sucedido en los ’60 o los ’70, Chris hubiera sido uno más, de tantos que se largaban a experimentar on the road. En plena consagración finisecular de lo urbano y construido, de lo virtual-artificial, el regreso de Chris a lo salvaje puede sonar tan anacrónico como el propio proyecto de filmar su aventura.

Bajo la misma sangre planteaba ya el mismo conflicto entre lo civilizado (representado por un hombre de vida burguesa) y lo salvaje (encarnado en la figura de su hermano, un Viggo Mortensen desaliñado y feroz). Sin embargo, el autor no adhiere a un retrohippismo naïf, como lo prueba el trágico reconocimiento, en ambas películas, del fracaso de esta quimera. Con el talentoso director de fotografía Eric Gauthier (Irma Vep, Reyes y reina) abriendo el scope a montañas, ríos y praderas –pero también a pueblitos perdidos al costado del camino, a oscuros interiores urbanos–, Hacia rutas salvajes es una road movie en la que el protagonista (magnífico Emile Hirsch, el Meteoro de la inminente versión cinematográfica) viaja de la ciudad de Atlanta al desierto de Arizona y sigue luego por Dakota del Sur, el sur de California y la ciudad de Los Angeles, para enfilar finalmente a la península de Yukón.

Como en toda road movie, el relato es necesariamente episódico, con Chris haciendo eventuales paradas para trabajar y trabando amistad con un trabajador agrícola (Vince Vaughn), una pareja de post-hippies ortodoxos (ella es la morocha Catherine Keener, sin un solo gramo de maquillaje), una suerte de proto-Joni Mitchell quinceañera –que será su primera chica– y un anciano que vive como de novio con su propia viudez (el veterano Hal Holbrook, nominado al Mejor Actor Secundario por la que tal vez sea la actuación de su vida). Con música del Pearl Jam Eddie Vedder, William Hurt, Marcia Gay Harden y Jena Malone hacen del papá, la mamá y la hermana de Chris, confirmando que el ex de Madonna falla tan poco cuando elige actores, como cuando los dirige. Chris terminará –en todo el sentido de la palabra– viviendo en un ómnibus abandonado en medio del Yukón y saliendo a pescar y cazar.

Como si él también se dejara arrastrar por los caminos, el relato de Penn va y viene en el tiempo, organizando la narración en capítulos, cuyos nombres responden a las etapas del crecimiento del personaje. Como en sus films previos, echa mano de toda clase de técnicas y formatos visuales, con la intención de sintonizar con las buscas, éxtasis y virajes del protagonista. Incluye así ralentis y aceleraciones, congelados, pantallas divididas y hasta fragmentos filmados en Súper-8. Con una extensión cercana a las dos horas y media, el resultado vuelve a ser, como en aquellas ocasiones, vívido y atrapante, contagioso y exuberante, conmovedor y, sólo en muy escasos momentos, ingenuamente místico y grandilocuente.

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Emile Hirsch se luce en un relato atrapante.
 
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