Sábado, 23 de agosto de 2008 | Hoy
VIDEO › PERSONA SE SUMA AL CATáLOGO EN DVD DE INGMAR BERGMAN
Filmada en 1965, representa una zona de cortes y continuidades en la filmografía del director sueco. Y hace su ingreso Liv Ullman.
Por Horacio Bernades
No vaya a creerse que los cuatro integrantes de Abba –súbitamente desempolvados por la rechinante Mamma Mia!– son los únicos monumentos suecos a los que por estos días la cartelera porteña rinde homenaje. Sucede lo propio con un tal Ingmar Bergman, cuya considerable filmografía local en DVD acaba de ser engrosada con una edición doble, lanzada por el sello Epoca. La edición contiene dos de sus clásicos, tan distantes en el tiempo como en la forma: la consagratoria Un verano con Mónica y Persona, a la que muchos consideran el non plus ultra del autor. De las dos, la que reviste mayor interés es esta última, por dos razones. La primera es que Persona no suele formar parte de ciclos de revisión, por falta de copias en fílmico. La segunda, que la que se edita ahora es la copia completa, incluyendo cierto relato erótico que la censura de la época había obligado a extirpar.
Además de suponer el ingreso de la más que icónica Liv Ullman a la vida y obra de Bergman, Persona, filmada y estrenada en 1965, representa una zona de cortes y continuidades. Las continuidades con el resto de la obra de Bergman saltan a la vista: el juego de mutua fascinación y rivalidad entre dos mujeres; la cuestión de la identidad y la máscara, que el propio título invoca; la indeterminación entre realidad y fantasía, entre sueño y vigilia. Además, claro, de la densidad psíquica y emocional que, tratándose de quien se trata, resulta redundante recalcar. Nunca antes Bergman había despojado hasta tal punto el espacio de representación, reducido aquí a una casi total desnudez. El violento corte que Persona aspira a practicar se condensa en dos momentos. El primero es una suerte de prólogo escindido, que precede los títulos iniciales. El segundo tiene lugar hacia la mitad de la proyección, cuando el celuloide se prende fuego, literalmente.
Lo primero que se ve son los carbones de un proyector de cine, en el momento en que se encienden. Luego el propio proyector y la cinta de celuloide. Enseguida, un caos de imágenes breves, veloces e inconexas, que violentan la percepción. Violencia que la música disonante no hace más que reforzar. La serie se cierra con un niño desnudo (que ya había aparecido en El silencio) intentando tocar lo intangible: dos rostros de mujer proyectados sobre una pantalla. Los rostros son los de las dos actrices, Liv Ullman y Bibi Ander-sson, y las referencias al mecanismo de producción cinematográfica reaparecerán hacia mitad de la película, cuando el personaje de la abnegada enfermera (Andersson) sufra una conmoción. Esa conmoción trae como consecuencia la inversión de su relación con la actriz famosa (Ullman), además de un quiebre específicamente cinematográfico, que se manifiesta en la quema de la cinta de celuloide. Luego de ello, la película retoma donde había dejado.
Es en ese punto donde Bergman, animado por la voluntad de hacer saltar por los aires los propios códigos de representación cinematográfica (voluntad comparable a la de Godard, para la misma época), parecería darse la cabeza contra un imposible. Y retrocede. Golpe y retroceso que tal vez estén anticipando otros producidos años más tarde. Esta vez ya no en el ámbito del cine, sino en el del mundo.
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