VIDEO › SUGAR Y FIGHTING, FLAMANTES EDICIONES “INDIES”
Las dos películas, una dirigida por Anna Boden y Ryan Fleck, la otra por Dito Montiel, intentan hacer pie sobre la difícil frontera que une o separa el cine personal del industrial. Se sirven de un tópico muy transitado en los EE.UU.: el del film de deportes.
› Por Horacio Bernades
El cine independiente estadounidense –el cine indie, para decirlo en la jerga que se usa– siempre mueve a preguntarse cuán independiente es. Independiente de las imposiciones de mercado, del gusto mayoritario, de la vigilancia institucional. Dos películas indies, recién lanzadas aquí en DVD, renuevan la cuestión. Ambas se estrenaron en Estados Unidos en abril pasado. Sugar, que Sony Pictures edita localmente con el subtítulo Carrera tras un sueño, lo hizo previo paso por el Festival de Sundance, plataforma de lanzamiento semioficial del cine indie. No es el caso de Fighting, a la que el lanzamiento local de AVH también le añade un subtítulo, Vale todo. La película dirigida por Dito Montiel fue directamente a salas comerciales, sin esa suerte de “estampilla de calidad” que ese festival representa. Sirviéndose de uno de los moldes más consabidos del cine de su país (el del film de deportes, recurrida metáfora del éxito y el fracaso americanos), una y otra intentan hacer pie sobre la misma frontera difícil: la que une o separa el cine personal del industrial.
A diferencia de los de Sugar, el realizador de Fighting es conocido en Argentina. Tus santos y tus demonios, ópera prima de Dito Montiel, se conoció aquí el año pasado. Drama de iniciación barrial en los alrededores de Nueva York, allí aparecía, en el papel de “pesado” de la barra, Channing Tatum, suerte de forzudo melancólico que ahora protagoniza el opus 2 de Montiel. En el momento en que la cámara lo sorprende, Shawn McArthur (Tatum) es algo así como un hombre sin pasado. La furia con la que reacciona ante un intento de robo callejero atrae la atención de Harvey (el gran Terrence Howard), buscavidas de medio pelo, que conoce el mundo de las peleas ilegales. La relación entre el grandote naïf y la módica rata callejera parecerá, de allí en más, un reflejo de la de Jon Voight y Dustin Hoffman en Perdidos en la noche.
Fighting confirma algo visible en Tus santos y tus demonios: Montiel observa a sus criaturas desde su misma altura. Parece sencillo, pero en tiempos en que los personajes han sido remplazados por monigotes manipulables esa cualidad permite que el espectador se vincule también de igual a igual con estos tipos que, para zafar de perdedores, cuentan sólo con sus puños, su pequeña astucia, su voluntad de sobrevivientes. El segundo mérito de Montiel es no sólo observarlos desde la misma altura, sino pegado a ellos. En términos de puesta en escena, y teniendo por hábitat las calles de Nueva York y el mundo de las peleas sin reglas, esa proximidad da por resultado uno de los trabajos de cámara más nerviosos e intensos que se hayan visto últimamente. ¿Es Fighting, entonces, una gran película? No, porque aspira a un público amplio, y para llegar a él echa mano de los mismos tópicos de films semejantes. Incluyendo el mayor de todos, la batalla final contra el peor enemigo, en la que hasta último momento no se sabrá si el héroe va a tirarse a la lona o mantendrá la dignidad.
La dignidad también está en juego en Sugar, fusión de película de deportes (béisbol, en este caso) con la de inmigrantes (dominicanos, para la ocasión). Los realizadores Anna Boden y Ryan Fleck (cuya ópera prima, Half Nelson, fue uno de los films indies más elogiados del último lustro) también miran a sus personajes con una empatía que no sabe de manipulaciones. La “carrera tras un sueño” que menciona el subtítulo local no se revela de fácil acceso para el dotado pitcher dominicano, al que un cazatalentos llevó hasta las ligas mayores de Estados Unidos. Sugar invierte la ilusión de éxito que 9 de cada 10 películas de deportes propagan, intentando convencer a la audiencia de que en la Tierra de las Oportunidades también hay lugar para ti, chico. Pero Boden y Fleck tampoco son unos sádicos que se complazcan viendo cómo sus criaturas se dan contra una pared, por lo cual el final de la película deja sin contestar la pregunta por el éxito o el fracaso. Se sugiere así, implícitamente, que no es eso lo que importa.
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