Sábado, 23 de junio de 2012 | Hoy
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El film es una de las grandes revelaciones del reciente cine independiente estadounidense. La película funciona como una suerte de “estudio de la inadecuación”: la de Martha, una chica de clase media que no encuentra modo de vida que alivie su malestar.
Por Horacio Bernades
“Tu estilo de vida está mal, no todo es la plata y la carrera”, encara la chica a su cuñado, exitoso arquitecto, en la espléndida casa de fin de semana que éste y su hermana acaban de comprar junto a un lago. El problema no es sólo que la hermana y el cuñado le dieron refugio allí, que la chica no tiene dónde ir, sino que si de algo viene huyendo, es justamente del fracaso que tuvo su intento de romper con ese estilo de vida y adoptar otro. Su incorporación a una comunidad en medio del campo terminó mal. Muy mal. Y ahora, ¿cuánto tiempo más seguirán dándole refugio la hermana y el cuñado, sobre todo desde el momento en que se brotó, en medio de una fiesta? Desde su presentación, a comienzos del año pasado, en el Festival de Sundance, Martha Marcy May Marlene se convirtió en una de las grandes revelaciones del reciente cine independiente estadounidense. Ganó un premio allí y muchos otros en el curso del año, estuvo en la competencia internacional del Bafici y en la prestigiosa sección Un Certain Regarde, del Festival de Cannes. Producida por Fox Searchlight, división indie de esa compañía, Fox Video viene de lanzarla en DVD en Argentina, manteniendo, con muy buen criterio, su título original, en lugar de ponerle Escapada o algo así.
Narrada con estilo calmo, pausado y neutro, Martha Marcy... es algo así como un estudio de la inadecuación. La inadecuación llevó a Martha, chica de familia de clase media, a buscar un modo de vida alternativo. Lo que encontró le resultó igualmente inadecuado y, ahora, en su regreso a la vida burguesa, sigue sintiéndose igual de mal. Lo interesante, lo irreductible de la película, escrita y dirigida por Sean Durkin, es que en lugar de ofrecer escapes tranquilizadores analiza, en dos tiempos, el sinsalida de la protagonista, detallando las razones de su malestar. No lo hace como una sucesión evidente de causas y consecuencias, discriminando claramente entre tiempos fuertes y débiles, sino de modo que lo banal y lo atroz se alternan o conviven inadvertidamente, obligando al espectador a atribuirles un valor que la película se niega a asignar.
Como toda comunidad campestre, la vida de aquella a la que va a parar Martha, al norte del estado de Nueva York, es bucólica, pastoril, regida por libertades de elección que terminan revelándose sólo aparentes. En principio, hay una clara categorización sexista: los varones comen primero, las mujeres después. Como en todas las sectas (aunque ésta no parece ser religiosa), hay un líder –varón, por supuesto–, que cuenta con prerrogativas. La de tener un harén a su disposición es la más notoria. Lo primero que hace Patrick (John Hawkes, que ya lucía ominoso en Lazos de sangre) con las recién ingresadas es cambiarles el nombre, signo evidente de poder. De allí el título: “Tenés cara de Marcy May”, le dice a Martha, que a partir de entonces pasa a llamarse así. Lo segundo que hace es fornicarlas. Por detrás. Como para ratificar, en términos posicionales, la condición de dominador y dominada.
Pero además Patrick es un experto y frío tirador. Indicio de ciertas actividades nada bucólicas, que él y sus discípulos practican por las noches en las casas de la zona. “La muerte es el amor puro”, afirma Patrick, tal vez más como justificación que por convicción. A ese espacio profundamente psicótico se le opone la aséptica, impoluta, costosa casa de la hermana y el cuñado de Martha. Como si la chica hubiera pasado de un infierno a cielo abierto a una cárcel de lujo, en la que está igual de aprisionada.
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