Sábado, 6 de julio de 2013 | Hoy
VIDEO › COMENZANDO DE NUEVO, CON DIRECCION DE JAMES PONSOLDT
El alcoholismo atraviesa la vida de los personajes de este film, pero una virtud del director es la de acercarse a ellos no para condenarlos, sino para observarlos. La película, por suerte, está libre de todo maniqueísmo moral.
Por Horacio Bernades
Pocos géneros más moralistas que las películas de alcohólicos. O si se prefiere, las de adictos en general. Aun sus exponentes más respetables (Días sin huella, El hombre del brazo de oro, Días de vino y rosas) no zafan de una encerrona que no sólo es moral (el continuo tentación-castigo-redención-o-condena) sino dramática. Frente a un protagonista adicto, el espectador ya sabe lo que viene, porque lo que viene es lo mismo de siempre: la pendulación entre el combate al “vicio” y la recaída, con final ora aleccionador, ora condenatorio. En el peor de los casos la cosa se pondrá escabrosa, con un toque de delirium tremens (en las películas de los ’50; después dejó de verse) y otro poco de violencia familiar y/o pinchazos. Nada de todo ello debe padecerse en Smashed, que ganó el Premio Especial del Jurado en la edición 2012 del Festival de Sundance y en Argentina editó la división video de Sony, con un título mucho más del montón que la película misma: Comenzando de nuevo.
Antes de bajar del auto para ir a trabajar, en la mañana, Kate toma una petaquita y le da un sorbo, dos, tres. Kate (Mary Elizabeth Winstead, que hizo de hija de Bruce Willis en las dos últimas Duro de matar) tiene un trabajo que no favorece el consumo de alcohol: es maestra primaria. El día que no puede contener un vómito en medio de una clase, una de sus alumnas le pregunta si está embarazada, y a Kate no se le ocurre nada mejor que decir que sí. Mientras mantiene su versión frente a la directora, comprende que no puede seguir así y empieza a ir a un grupo de recuperación. Su marido no ayuda mucho. Charlie (Aaron Paul, el socio de Bryan Cranston en la serie Breaking Bad) toma casi tanto como Kate. Con la diferencia de que ella a la mañana se levanta para ir a trabajar y él no. De modo semejante, él no será de gran ayuda ni cuando ella le cuente de la pequeña mentirita con la que zafó en la escuela, ni cuando se entere de que está yendo a un grupo de rehabilitación. Charlie parece, en verdad, bastante más inmaduro que Kate.
La virtud básica del realizador y coguionista James Ponsoldt (que tiene una película previa en la que Nick Nolte hace de alcohólico, por lo visto un tema que lo toca de cerca) es la de acercarse a los personajes no para condenarlos, sino para observarlos. La película está libre de todo maniqueísmo moral; la sobriedad no está presentada como un paraíso a alcanzar sino como una forma de dejar de hacerse daño, y hacérselo a los demás. “La verdad, que estar sobria todo el tiempo es un embole”, le dice Kate al grupo, el día que celebra sus primeros cien días sin empinar el codo. Es un embole, pero es preferible a vomitar en clase, podría completarse. Por lo que se ve, a Kate no le disgusta su trabajo como maestra, tampoco su vida junto a Paul, y si para mantener ambas cosas es necesario dejar de tomar, está dispuesta a hacer el esfuerzo: la más simple y pragmática ética de sobrevivencia anima a Smashed.
Así como no se estigmatiza al adicto, no se idealiza el mundo que lo rodea. La directora tiene todo un temita con la maternidad y eso hace que reaccione muy mal cuando Kate confiesa su mentira. El mismo colega que le recomienda el grupo de rehabilitación (interesante, que Kate no sea la única de la escuela con problemas de alcoholismo), que parece un tipo de lo más centrado, se desubica ostentosamente en el terreno sexual cuando Kate le da un centímetro de espacio. Pero tampoco eso se condena, ya que de inmediato el tipo reacciona, comprende su desubicación y le pide disculpas a Kate. Todos somos un poco freaks y más vale que aprendamos a vivir con ello parecería la idea subyacente.
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