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Sábado, 26 de octubre de 2013

VIDEO › UN HOMBRE AL LIMITE, DEL DIRECTOR DEBUTANTE CRISTIAN SOLIMENO

El lado oscuro del absurdo

Un viaje al corazón de las tinieblas o al definitivo extravío termina resultando la película protagonizada por Andy Nyman, que le da una nueva vuelta de tuerca al clásico tema del doble, sin por ello dejar de lado un muy británico humor negro.

 Por Horacio Bernades

En el cine británico reciente, dos hombrecitos pequeños, insignificantes se diría, son arrastrados a la locura, a partir del momento en que el mundo que habitan, hasta entonces más o menos dominable, empieza a írseles de las manos. Uno de ellos es Gilderoy, sonidista de aspecto de roedor, que en Berberian Sound Studio (próxima a estrenarse, con el título de El sonido del miedo) va siendo vampirizado por las películas italianas de horror berreta que debería sonorizar. El otro es Martyn Pyrite, que desde el momento en que es echado del empleo de toda la vida no sabe qué hacer con la suya. Hasta que un desconocido surgido de vaya a saber qué profundidades comienza a servirle de guía en (o hacia) la oscuridad. Martin Pyrite es el protagonista de The Glass Man, que tras su presentación de dos años atrás en un festival británico de cine fantástico, donde tuvo una excelente recepción, curiosamente no se estrenó en ningún país del mundo. En Argentina la lanzó poco tiempo atrás el sello SBP, con el título, sin duda apropiado, de Un hombre al límite.

En la escena inicial, a Martyn (Andy Nyman) se lo ve preocupadísimo porque no encuentra su cinturón marrón. Según le dice a su esposa Julie (la reaparecida Neve Campbell, con acento inglés), una reunión de trabajo muy importante lo obliga a usarlo. Lo que sigue es una variante de El empleo del tiempo o su casi hermana El adversario (2002), basada en la misma novela: la historia del ejecutivo que no se banca confesarle a la esposa que perdió el empleo. Allí el despido era producto del recorte empresarial; aquí es por alguna razón más tortuosa y personal, que el realizador debutante Cristian Solimeno (autor además del guión, editor y a cargo de un papel de cierta importancia) deja convenientemente difuminada. No importa tanto por qué echaron a Martyn como el absurdo de la situación: a sus ex compañeros les prohibieron dirigirle la palabra, por lo cual en cuanto se acerca a saludar a alguno de ellos, éste sale disparado, con expresión horrorizada. Hasta que llega el jefe y lo echa poco menos que a las patadas. Está claro que a Solimeno le divierte provocar: Martyn es blanco, el jefe es negro. Para peor, regresado a casa se encuentra con que por una confusión estúpida, Julie está convencida de su infidelidad, algo que su no muy hábil marido no sabe rebatir, por más que no sea cierto. Casi enseguida llamará a la puerta un tal Pecco, de aspecto amenazante y una preocupante cicatriz a la altura de la ceja izquierda.

Según dice, Pecco viene a cobrar una deuda, que tampoco hay forma de saber si Martyn contrajo o no: ante todo lo que le sucede (a esta altura The Glass Man parece una versión de Después de hora), el hombrecito responde con la misma atribulación. Como si el mundo entero se le cayera encima y él no supiera cómo frenarlo. Esa incapacidad lo llevará a seguir al temible Pecco (un tipo mayor, pero cuyo vozarrón, modales y antecedentes carcelarios meten miedo) en un viaje al corazón de las tinieblas. O del definitivo extravío. Un hombre al límite termina resultando un nuevo avatar del clásico tema del doble, en el que campea un muy británico humor negro.

Como si se tratara a su vez de un doble del gran humorista Ricky Gervais, el por aquí semidesconocido Andy Nyman (que por una rara coincidencia tiene un papel en la recién estrenada Kick Ass 2) hace de Martyn un tipo que no por ligeramente ridículo deja de despertar piedad. Y a partir de determinado momento, temor, cuando, empujado por su doble, comienza a dar rienda suelta, sin perder una gota de su transpirada atribulación, a su lado oscuro.

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En una película que juega al tema del doble, Andy Nyman parece un replicante de Ricky Gervais.
 
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