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Sábado, 17 de febrero de 2007

VIDEO › “RICKY BOBBY, LOCO POR LA VELOCIDAD”

El éxito como obsesión, en una familia disfuncional

La nueva película de Will Ferrell aborda temas aparentemente graves, pero lo hace desde el disparate y la caricatura.

 Por Horacio Bernades

Borrachín, mujeriego y pendenciero, el padre de Ricky Bobby nunca fue precisamente un modelo de tipo. Entre otras cosas, le inculcó al hijo la obsesión por ganar, sintetizada en ese eslogan de los Bobby que proclama “si no sos el primero, sos el último”. Ahora, Ricky es un corredor de autos que, habiendo conocido la gloria y el escarnio, repite la frase frente a su padre. “¿Si no sos el primero sos el último? ¿Qué es esa boludez?”, pregunta éste, atónito. “¿Cómo boludez, si fuiste vos el que me lo enseñó?”, tartamudea Ricky. “Estaría en pedo el día en que lo dije. Jamás debiste hacerme caso. Es obvio que también podés ser segundo, tercero, cuarto y hasta quinto”, remata Bobby Sr., echando por tierra todo aquello que le grabó a su hijo a fuego, durante toda una vida.

El éxito como obsesión, las relaciones disfuncionales entre padres e hijos (y entre abuelos y nietos), el matrimonio por interés, el sometimiento y la traición de los más fieles amigos, la competitividad salvaje y la deshumanización corporativa son algunas de las cuestiones que trata Talladega Nights, The Ballad of Ricky Bobby, que en Argentina acaba de editar LK-Tel, con el título de Ricky Bobby, loco por la velocidad. La enumeración puede hacer pensar que se trata de uno de esos serios y graves films de denuncia que suelen alzarse con todos los Oscar. Nada que ver. Ricky Bobby... parecería no tener otra aspiración que el disparate, la caricatura, el chiste grueso y la risotada. Esa doble condición no debería sorprender, teniendo en cuenta que se trata de lo más nuevo de Will Ferrell, cuya anterior Anchorman: The Legend of Rod Burgundy (editada en video como El reportero) desplegaba de modo semejante lacras personales y sociales, sin que el espectador dejara de hacerse encima de la risa.

En verdad, Ferrell (que coescribió el guión y coprodujo, como había hecho en Anchorman) no es el único cómico de hoy en día especializado en mostrar el mundo, y sobre todo su nación líder, como una galería de monstruosidades. Basta pensar en el Ben Stiller de Zoolander y Pelotas en juego (aquí se consigue sólo en video) o en la mismísima Borat, para advertir que son unos cuantos los que lo hacen, siempre sin la menor pretensión de seriedad o mensaje. De hecho, todos son parte de la misma patota: Ben Stiller suele hacer papeles en las películas de Ferrell y viceversa. Así las cosas, no llama para nada la atención que Jean Girard, afectadísimo corredor de autos francés que es aquí el némesis de Ricky Bobby, no sea otro que Sacha Baron Cohen, genial creador de Borat.

Dirigida y coescrita por Adam McKay, que había cumplido las mismas funciones en El reportero, Ricky Bobby... parodia ese reiterado tic norteamericano que son las películas de deportes. En particular, las de carreras de autos. Ricky trabaja como mecánico en el circuito Nascar (versión USA del argentinísimo Turismo de Carretera), junto a Cal, su amigo del alma (John C. Reilly, uno de los campeones de los papeles de reparto en el Hollywood actual). Un día se presenta la oportunidad, Ricky reemplaza a un corredor de su escudería y se manda una carrera extraordinaria. De allí en más, la gloria, con Ricky desparramando champagne domingo, casado con una rubia que lo primero que hace es mostrarle las tetas, ganando carradas de dólares y procreando dos hijos francamente espantosos. Hasta la infausta jornada en que, consecuencia de un choque múltiple, sufre un extraño trauma y no se anima a seguir corriendo. Termina perdiendo todo lo que había ganado. Incluyendo a la cerda de la esposa, que se va con Cal, quien no tiene ningún problema en traicionarlo. A todo esto, su peor enemigo, el franchute de Jean Girard (Baron Cohen) se convierte en favorito de su escudería. Metido en una pesadilla, convertido en hazmerreír de todo el mundo, será el enfermo de su padre el que lo cure del trauma. Segunda oportunidad para Ricky, gloria y fama otra vez, y todos felices y a comer perdices.

A la vez que expone la estupidez de esta clase de películas y se las arregla para mostrar Estados Unidos como un vertedero, Ricky Bobby... se tira reiteradamente a la pileta del absurdo. Especialidad de Ferrell, que escribe no sólo sus excéntricos diálogos sino los de los demás. Pensándolo bien, que ese estereotipo de lo francés que es Girard (es snob, estirado y gay) lea El extranjero de Camus mientras con la otra mano sostiene el volante, bien puede haber sido idea de Baron Cohen. Que aquí, confirmando que es un cómico inspiradísimo, roba escenas a lo loco.

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Ferrell presenta el mundo como una galería de monstruosidades.
 
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