Sáb 21.04.2007
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VIDEO › “RECORTES DE MI VIDA”

El campeonato de las extravagancias

Madre border, hijo cautivo y un feroz “antipsiquiatra” son parte del cóctel.

De la neurosis común a la locura desatada, el cine estadounidense viene desplegando, a lo largo de la última década, el vasto paisaje de la disfuncionalidad familiar. Claro que ahora, desde Belleza americana hasta Tarnation, pasando por Los excéntricos Tenenbaum, Historias de familia y Yo amo Huckabees, podrían parecer tenues paseos por la más gris de las normalidades cotidianas. ¿Por qué? Porque llegó Running with Scissors, que por estos días el sello LK-Tel lanza en la Argentina en formato DVD, con un título (Recortes de mi vida) que disminuye la sensación de peligro del original, remitiendo simplemente a la profesión de peluquero del protagonista.

Estrenada en Estados Unidos en octubre del año pasado, por su papel de mamá-loca Annette Bening fue nominada al Globo de Oro. Por más que su presencia remita directamente a American Beauty, aunque la vocación literaria de su personaje permita vincularla con el mundo de la intelligentzia neoyorquina en que transcurrían tanto Historias de familia como Los excéntricos Tenenbaum, admitiendo que el campeonato de extravagancias que libran la mayoría de sus criaturas hace pensar en los Tenenbaum y en Yo amo Huckabees (lanzada directamente en video hace un par de años), tal vez sea Tarnation la película que guarde mayor relación con ésta. No en lo formal, pero sí en lo temático, a partir del eje madre border/hijo cautivo, e incluso por la condición gay de éste. Relación que se refuerza más al saber que Recortes de mi vida está basada, créase o no, en un libro de memorias publicado por Augusten Burroughs, que recuenta allí (y aquí) los años que van de su infancia a la juventud, a lo largo de los ’70.

“Si empiezo la historia por atrás, por el medio o adelante da lo mismo, total nadie va a creer que es cierta”, dice la voz en off del protagonista al comienzo de Recortes de mi vida. Vaya si tiene razón. Difícil de creer no es tanto la familia de Augusten (madre narcisista y con frecuentes arrebatos de violencia, padre alcohólico y semiausente, hijo identificado hasta la simbiosis con la figura materna) como la familia sustituta que los acoge, a él y a su madre, cuando ésta se divorcia de papá (Alec Baldwin, haciendo de pobre tipo). Mamá Deirdre acude en busca de socorro al Dr. Finch, a quien el posible rótulo de “antipsiquiatra” le queda pequeñísimo. En un acierto de casting, el papel del Dr. Finch fue a parar a manos de Brian Cox, que no por nada fue, en Manhunter, el primer Hannibal Lecter del cine.

Dueño de un “masturbatorio” contiguo a su oficina, que le permite saciar sus urgencias entre paciente y paciente, el Dr. Finch tiene la costumbre de llevar a los muy brotados a su propia casa. Lo cual en un punto es totalmente coherente, si se tiene en cuenta que no hay cosa más parecida a un manicomio que esa ruinosa mansión. Mansión que se caracteriza por el caos mobiliario y edilicio, las pilas de cosas desparramadas y el árbol de Navidad que quedó en medio del living desde hace un par de años. Allí vive el loco locólogo junto con su esposa, que más parece una sufrida mucama (imprevista reaparición de Jill Clayburgh, tras largas décadas de evanescencia), su hija mayor (Gwyneth Paltrow, loca religiosa y virgen) y la menor (Evan Rachel Wood, cuya versión de “jugar al doctor” con las visitas consiste en practicarles electroshocks).

En algún momento pintará también cierto hijo adoptivo que quiere asesinar a ese nuevo Kurtz llamado Finch y que terminará poniéndose de novio con Augusten. Mamá come alimento para perros mientras mira la tele, la hija mayor usa la Biblia a modo de I Ching para decidir qué cenarán ese día y, en un rincón del living, el hijo de una paciente hace caca sobre la moquette. Producida y dirigida por el debutante Ryan Murphy (guionista regular de la serie Nip/Tuck) y con una aparición del verdadero Augusten Burroughs en el rodante de títulos finales, Recortes de mi vida observa esta loca cabalgata –en la que no faltan internaciones, electroshocks, intentos de suicidio inducidos por el matasanos y una demolición final del cielorraso de la cocina– con la actitud de quien arma un catálogo.

Más allá de algún momento tocante (provisto sobre todo por Bening, capaz de pasar del grotesco a la conmoción) y algún otro gracioso (los raros peinados nuevos que el peluquero vocacional practica sobre la cabeza de sus anfitriones), es inevitable que esa voluntad catalógica termine generando un efecto parecido al del porno o el gore más mecánico. Más temprano que tarde la sorpresa se pierde y llega un punto en que ya todo da lo mismo.

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