Si bien la experiencia cinematográfica de Alfredo Arias se remonta a 1986, cuando dirigió la película Fuegos, con actuaciones de Vittorio Mezzogiorno, Marilú Marini, Angela Molina, Valentina Vargas y otros artistas de proyección internacional, nunca dejó de escribir guiones. La dificultad para concretar una película –cuenta– es no haber podido hallar un nexo entre lo que pretendía filmar y la realidad. Dónde filmar, por ejemplo, y cómo: “Según mi interpretación, el cine está relacionado con las raíces, y pienso en las mías. Toda la gran cinematografía está relacionada con un inmediato cultural, que entiendo es lo inmediato de la vida. Alguien podrá afirmar lo contrario, pero yo lo interpreto así. Por eso, cuando Lita Stantic me llamó y me preguntó si tenía algo, le contesté que sí, que tenía varias ideas, y nos pusimos a trabajar con Gonzalo Demaría”. Arias se reunió tiempo después con Stantic y obtuvo el visto bueno. Aclara que esa decisión no es reciente, que hace tres años que está elaborando el guión junto a Demaría. Se encuentra en la etapa de producción y con el casting encaminado. También se conocen los primeros nombres: Guillermo Francella, Verónica Llinás y Luciano Castro.

–¿Ha visto los trabajos de los elegidos?

–Los conozco a todos. Esa elección fue resultado de largas charlas con Lita y Gonzalo. Soy muy amigo de Enrique Pinti y fui varias veces a ver Los productores. Conocía bien la obra y eso me dejaba tiempo para observar los detalles. Lo que me gustó de Guillermo fue su gran poder sobre la actuación minimalista. Entiendo que él puede convertir la situación más simple en algo potente. Le pedimos que leyera el guión, y aceptó. Le encontró un sentido a la historia. Conozco los trabajos de Verónica y los de Luciano, que estuvo con Gonzalo en Lo que habló el pescado y conmigo en Kavafis. Los tres círculos del exilio. Y seguimos armando el elenco, partiendo de las relaciones reales o imaginarias que vamos construyendo sobre el desempeño de los actores y de las actrices.

–¿Quiénes participan del guión?

–Después de haber escrito el guión aprobado por Lita, ella nos recomendó una joven autora, Laura Avila, para que colaborara. Mantuvimos conversaciones durante un año, y nos llevó un año más descubrir la conexión entre la realidad y las raíces, para mí, imprescindible en el cine.

–¿Qué significa para usted esta película?

–Una manera fotográfica de contar cómo son esas raíces. Lo esencial no es embarcarse en proyectos porque sí. Eso que no compromete la propia vida y no modifica no vale la pena. Somos muchos, creo, los que estamos esperando que se nos revele algo más de nuestra realidad. Es inútil querer estar siempre en lo inmediato. Cuando mis proyectos se concretan es porque tienen detrás muchos años de elaboración. En cine me hace bien ver películas de Godard, por ejemplo, de David Lynch, Hitchcock, Kurosawa, Fellini...

–¿Cómo definiría al cine?

–El cine es un arte colectivo, donde es necesario pedir ayuda y donde el resultado debe ser espejo de una identidad. Un día vi filmar a Federico Fellini en la basílica de Santa María, en el barrio Trastevere, de Roma, y me pareció estar en una misa. El oficiante, Fellini, tenía los oídos tapados con algodones, porque no quería que ningún ruido lo estorbara. Sentí que todo era extraordinariamente armonioso, que participaba de una obra poética. Eso también me lo transmitió Nicola Piovani, que compuso partituras para las películas de Fellini y colaboró conmigo en el music-hall Concha bonita, que estrené en París. Cuando Fellini reflexionaba, el silencio era de tumba, y cuando pedía algo, el lugar bullía. Se veía a gente correr por todos lados para complacerlo.

–¿Cuál es la historia de Choripán?

–La historia es la de un aprendizaje de vida. Hablando de identidades, no puedo decir que tiene una relación directa conmigo, pero sí una relación profunda con un imaginario que no sé exactamente cómo nació. Diría que estos personajes de Choripán deben aprender a vivir y necesitan saber que serán respetados.