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Jueves, 17 de noviembre de 2005

MUSICA

Piano, guitarra y lágrimas

 Por K. M.

Mucho tiempo antes de que Joan Manuel Serrat apareciera, de que el Gran Rex se pusiera de pie y él demorara el agradecimiento, disfrutando de ese aplauso compacto que bajaba de todos lados, las entradas para los nueve conciertos que el catalán dará en Buenos Aires estaban agotadas, al igual que en casi todos los puntos del país donde también actuará. La relación que el cantautor cultivó con la Argentina es sólida y de larga data, se fue transformando con el tiempo y hoy lo coloca en un lugar distinto al de aquel cantor de género y de época que irrumpió en los ’70 con Mediterráneo, su tercer disco, el primero conocido aquí: a punto de cumplir 62, asentado en su rol de abuelo y tras superar un cáncer de vejiga, no necesita explicar cómo es que dejó de cantar Señora cuando sintió que la letra ya no lo representaba, mientras muchos asienten con sonrisa cómplice, porque a ellos también les pasó. Si Serrat es un clásico es porque sus canciones forman parte de al menos dos generaciones, y en eso radica la vigencia de estas viejas canciones que siempre serán las mejores. La gira Serrat 100x100 lo devuelve como un clásico que trae sus clásicos “desnudos, o vestidos en ropa interior”.
Serrat arranca con Menos tu vientre, aquel bello poema de Miguel Hernández, sólo con su guitarra, y queda claro de qué va la cosa. He aquí el efecto rebote del Serrat sinfónico: canciones desprovistas de artilugios, acompañadas por su guitarra y por el piano de Ricard Miralles, su músico y arreglador histórico. El mismo que arropó algunas de estas canciones en el Sinfónico las cubre apenas con su piano, y si nunca desdeñó las orquestaciones vistosas, hay que decir que el piano se luce en el despojo. Y que estos dos que están en escena, queda claro, se conocen bien.
La propuesta tiene las virtudes y los peligros de cualquier desnudez: crudas, sin velos, pura esencia –si tal cosa es posible– y también factibles de resaltar los defectos, pero a quién le importa si a Serrat le alcanza o no siempre la voz –aunque haya seleccionado las versiones evitando exponerse a tonos altos– o si desafina en algún pasaje, si nunca necesitó de la técnica para emocionar. Como un anfitrión que se mueve con comodidad en su living, Serrat construye su agasajo en torno de un puñado de canciones de las que saben todos, matizadas por anécdotas y bromas, y hasta se anima a reprender con galantería a la señora que le tira un osito: “¡Qué quieren que haga con esto, yo ya he cumplido los 60!”, o a responder al grito pelado del fan desubicado: “Hay reacciones humanas que nunca dejarán de sorprenderme”.
A un costado, una mesita en la que Serrat va a servirse una copa de champagne para él y Miralles acentúa la sensación de intimidad. “Buenas noches, salud y alegría pa’ todo el mundo”, arranca. “Gracias por haberme invitado a esta fiesta, por haber invertido una noche de sus vidas en venir aquí. Que seáis muy felices.” Aparece el piano con Mediterráneo y los temas se van alternando: piano solo, piano y guitarra, guitarra sola, y nada más. El repertorio va y viene por clásicos añosos, algunos que hacía mucho que no hacía en vivo, como Señora, Una de piratas o Romance de Curro “El Palmo”. Los clásicos marchan y arrancan el ¡aaahhh! del auditorio: Una mujer desnuda y en lo oscuro (de El sur también existe, sobre poemas de Benedetti), Tu nombre me sabe a hierba, Esos locos bajitos, Por dignidad, Cantares, Penélope, Disculpe el señor, No hago otra cosa que pensar en ti, Hoy puede ser un gran día. Llegan los bises, con toque autóctono: Vendedor de yuyos de Yupanqui, El último organito, de Homero Manzi con letra de su hijo Acho, Fiesta, y la que todas esperaban, Lucía. Serrat se enjuga las lágrimas, alarga el agradecimiento, se queda allí como si pudiera guardar ese momento, y son muchos los que lloran con él. ¿Por qué? Fernanda llora porque hace mucho su mamá le dijo “cuando seas grande vas a entender que esto es tan cierto”, y ahora sabe que es tan cierto. A la salida, en el baño de Las Cuartetas, las señoras intentan vanamente reacomodar el rimmel y cuentan que hubo una canción de Serrat que marcó un casamiento o una separación. Durante todo este tiempo hubo padres que usaron a Penélope como canción de cuna y ahora sus hijos hacen lo mismo con sus nietos. Y hubo mujeres que soñaron ser Lucía y hombres que dijeron que si alguna vez fueron bellos y buenos, fue enredados en el cuello y los senos de una mujer, aunque sonara cursi. Por eso están llorando, y por eso Serrat es un clásico.

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