MUSICA
“No podría decir mucho respecto del lugar que ocupa Igual a mi corazón en mi discografía, sobre todo porque hace mucho que no escucho los otros discos, pero me está gustando mucho, cada vez más”, dice Liliana Herrero ahora que el sello Epsa está por publicar una caja con todos sus trabajos solistas anteriores. La caja incluirá desde Liliana Herrero, Esa fulanita, Isla del tesoro, El diablo me anda buscando, Recuerdo de provincia, Confesión del viento y Litoral, hasta un DVD con el espectáculo Todos estos años de canto, filmado el año pasado por Fernando Rubio.
“Creo que en mi manera de acercarme a la música existe un horizonte que se dibujó desde el primer disco, una trama que se fue abriendo a las más variadas posibilidades, sobre la que experimenté en un presente continuo”, reflexiona la intérprete. “Isla del tesoro, por ejemplo, es un disco que en su momento me gustó muchísimo; allí hay una versión de ‘Los ejes de mi carreta’ que considero significativa. De todas maneras creo que en cada disco hay versiones puntuales, lugares importantes que en muchos casos son más de lo que hice después; el resto fueron búsquedas, que todavía están abiertas. Si en todo caso Igual a mi corazón me parece el mejor disco, es porque representa el hoy. Por eso sería interesante probar esta solidez y volver a versionar versiones de discos anteriores, pero con el horizonte auditivo de hoy, naturalmente. ¿Cómo sería desde esta perspectiva, con la dificultad que implica pensar el presente, otra interpretación de ‘Si vas para Chile’ o de ‘Volver a los 17’?”
Por esa impenitente necesidad de interrogarse, Herrero constituye una singularidad en el panorama actual de la música argentina. Su nombre no se define en una versión lograda o una serie de títulos que marcan una carrera; más bien es una manera de cantar, una gestualidad torrencial que baja por una voz que tiene tantas formas de expresarse como maneras hay de escucharla. “Si un estilo es un modo de influenciarse a sí mismo, posiblemente estos discos alguna vez definirán un estilo”, dice Herrero. “Uno escucha, por ejemplo, las voces de Mercedes Sosa o Violeta Parra y la referencia es inmediata e inconfundible. No es poco cuando el sonido de la voz te remite a un nombre, y si un nombre es un destino, una voz también lo es. En ese sentido, la voz es una extraordinaria metáfora. No hay forma de pensar la historia de un país sin una voz; desde Gardel a Mercedes Sosa se podría recorrer la vida social, política y cultural de Argentina. Que una voz te lleve a un nombre, es muy fuerte. Eso sí me parece un éxito.”
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