CINE › DOCUMENTAL DE GUSTAVO ALONSO SOBRE POLOSECKI
El lento e inexorable viaje de Polo hacia el otro lado
Por H. B.
El filósofo Tomás Abraham habla sobre la muerte de Polo y sobre el modo en que esa muerte tiñó a su figura de un carácter trágico, mítico tal vez. Una risotada escéptica lo interrumpe. La cámara abre el encuadre y deja ver la imagen de Abraham en un televisor, el televisor dentro de un living, en el living una mesa y junto a ella, riendo, el propio Fabián Polosecki. Ya sobre el final de La vereda de la sombra, ése es tal vez el único momento en que el documental de Gustavo Alonso se permite utilizar una truca semejante. Durante unos segundos, el efecto pone los pelos de punta, haciendo trastabillar las fronteras que separan lo real de lo imaginario, el documento de la ficción y la vida de la muerte. Fronteras, todas, sobre las que La vereda de la sombra discurre, interroga, se pregunta.
Discurrir, interrogar, preguntar es a lo que durante su breve carrera se dedicó Fabián Polosecki. Aunque si algo caracterizó su estilo como entrevistador fue justamente el entregar todo eso en dosis reducidísimas, prefiriendo dedicarle una callada atención a vecinas, chorros o travestis. El mismo estilo que hoy en día sobreactúan, llevan casi a la parodia conductores televisivos, en el afán de intentar reconvertir la marginalidad en instrumento de la corrección política. Primera producción para cine escrita y dirigida por el platense Gustavo Alonso (que viene de la producción periodística para programas de televisión), es posible que, en su aleación de material de archivo y entrevistas, La vereda de la sombra no difiera del formato de un documental televisivo. Pero, al integrar el reportaje a un flujo narrativo de homogeneidad casi inexpugnable, logra mejorar a sus modelos, dejando que sea el propio relato el que imponga su lógica, sus tiempos, sus ritmos.
Hay entrevistados en La vereda de la sombra, pero no entrevistador. Ninguna voz omnisciente que incruste una agenda previa. Por ser su protagonista un hombre de la televisión (de la televisión reciente), que integró su intimidad a sus producciones, la persona al personaje, el volumen de imágenes de archivo es enorme. Con lo cual el documental de Alonso está en condiciones de pasar fluidamente de la imagen del propio Polo (en casa, en la calle, en el aire y sobre todo caminando, caminando muchísimo) a los testimonios de quienes lo conocieron, surgiendo así de él un retrato grupal en forma de rompecabezas. Ese retrato tiene la virtud de no caer en la adulación y deja además limpito, en el medio o en el fondo, un enigma-Polo que parecería definitivo e irresoluble.
Del testimonio de parientes, amigos y compañeros de trabajo surge la figura de un pibe que, proveniente de la Federación Juvenil Comunista, a mediados de los ’80 empezó escribiendo en Radiolandia 2000 (“se notaba su pasta de cronista”, apunta Enrique Sdrech), pasó luego a la revista Fierro (“sus notas eran buenísimas”, se enfervoriza su hermano Claudio, pero lo que se ve son meras pastillitas de última página), vivió la experiencia piloto del diario Sur y terminó recalando en la televisión, a comienzos de los ’90. Primero como notero y finalmente con programa propio, que es lo que importa. Gerardo Sofovich se atribuye la invención del título El otro lado y Birmajer desmitifica, al señalar que Polo no heredaba su estilo del español Jesús Quintero, sino de Roberto Galán. Y ahí está Polo, mirando a Galán por televisión, junto con una señora.
“Nunca se destacó demasiado en gráfica, es como si recién en la tele se hubiera encontrado a sí mismo”, señala Carlos Polimeni, reabriendo un enigma-Polo que toda la parte final no hace más que elevar a la enésima potencia. Hay un progresivo, implacable “irse del mundo” que empieza siendo físico (verlo adentrarse en lancha, en medio del Tigre, evoca inevitablemente una suerte de Apocalypse Now en pequeño) y termina siendo psíquico (“en los últimos tiempos reunía todos los rasgos que suelen atribuirse a la psicosis”, confiesa un Birmajer aún impresionado). Finalmente, ese irse se vuelve espantosamente concreto y material. Que en uno de sus programas Polo haya probado, como al descuido, lo aplastadas que quedan un par de monedas puestas sobre un riel, tras el paso del tren, es, en este sentido, una suerte de anticipación horrenda, excesiva casi.
7-LA VEREDA DE LA SOMBRA
Argentina, 2004.
Dirección y guión: Gustavo Alonso. Música original: Fernando Samalea.
Testimonios: Enrique Sdrech, Ricardo Ragendorfer, Claudio Polosecki, Tomás Abraham, Carlos Polimeni, Pablo de Santis, Marcelo Birmajer y otros.
Se exhibe en video ampliado, en los cines Cosmos y Tita Merello.