Miércoles, 1 de octubre de 2008 | Hoy
DISCOS › UN áLBUM QUE SUPERA EN CALIDAD A LOS ANTERIORES CD DEL GRUPO
Sin alcanzar la excelencia de sus dos primeros discos, Dig out your soul está atravesado por bellas canciones. Hay rock eléctrico, psicodelia y una ligera apuesta a la experimentación.
Por Fernando D´addario
Después de haber reciclado durante años los ejes históricos del rock británico, Oasis ya tiene un pasado propio, como garantía de supervivencia y como karma persecutorio. Todo lo que haga la banda de Manchester será remitido a la cruel comparación con glorias que le pertenecen, como Definitely Maybe (1994) y (What’s the story) morning glory? (1995). Dig out your soul, el CD que estará en las disquerías a partir del próximo martes, pierde dignamente en la confrontación con los dos primeros álbumes, pero gana en otra puja acaso más realista: la que va midiendo, disco tras disco, la decadencia del grupo inglés más exitoso de los ’90. Dig out your soul frena momentáneamente ese declive.
El cambio de década –y de siglo– le deparó a Oasis un beneficio colateral: al menos aquí en Buenos Aires se disolvió, tal vez por la prepotencia de los calendarios y las modas, la falsa etiqueta de “modernidad” que le fue endosada a falta de otras novedades. Más cómodo en su rol de grupo clásico y conservador de ciertas virtudes pop inglesas –sujeción a determinada sensibilidad melódica, arrogancia callejera–, Oasis se permite en su nuevo trabajo algunas licencias que no transgreden el imaginario autoimpuesto. Está permitido, por ejemplo, incursionar con mayor énfasis en la psicodelia que Los Beatles canonizaron en los ’60. Se puede, también, electrificar el sonido hasta un punto que sobrepasa los decibeles del semiacústico Don’t believe the truth (2005) sin rozar la aspereza inocua de Heathen chemistry (2002). Es posible, asimismo, arriesgar estéticamente sin necesidad de abandonarse a la megalomanía experimental de Standing on the shoulders of giants (2000). Un módico equilibrio entre el talento intuitivo y sus posibilidades concretas de materialización puede ser anotado entre las principales virtudes de Dig out.
Sin himnos a la vista, el álbum tiene para ofrecer bellas melodías bien trabajadas por el productor Dave Sardy en los estudios Abbey Road.
Es probable que Noel Gallagher haya democratizado las responsabilidades compositivas sólo para ratificar su evidente superioridad respecto de su hermano Liam y de los subordinados Gem Archer (guitarra) y Andy Bell (bajo). Los mejores momentos del disco llevan su firma: el irresistible groove de “Bang it up”, la frescura (y aquí sí puede aventurarse cierta analogía con los viejos hits de la banda) naïve de “The shock of the lightning”, la adrenalina que segrega “Waiting for the rapture”. Liam, sin embargo, se reserva para sí “I’m outta time”, una balada efectiva (¿o efectista?) que los fans adorarán, prescindiendo del “homenaje” a John Lennon. Las referencias beatles trascienden el robo descarado y se instalan –quizá cínicamente– en el plano del guiño cómplice. La casi imperceptible cita a “Helter skelter” que se filtra en “The nature of reality” o la referencia a “Dear prudence” que se cuela al final de “The turning” (por lo demás, un tema exquisito y sutil, con eficaces arreglos de teclados y de voces) ilustran sobre esta recurrencia al tributo.
Pero hay algo que subyace a estas aplicaciones obvias. Tiene que ver con un código intransferible, una estructura genética que la banda no puede ni quiere eludir. Un modo de componer y de interpretar que seguramente nunca parirá un “Hey Jude” y tal vez ya ni siquiera esté en condiciones de repetir un “Don’t look back in anger”. Y que, no obstante, sabe cómo administrar las herramientas heredadas para convertirlas en una canción entrañable.
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