Jueves, 13 de noviembre de 2008 | Hoy
CINE › PRIMERA PARTE DE UN DíPTICO SOBRE EL YIN Y EL YANG REVOLUCIONARIOS
Durante todo su desarrollo, la película de Soderbergh se esmera por ser siempre sobria, prolija, bien documentada, por no dar ningún paso en falso. Pero se le nota quizá demasiado ese esfuerzo, ese profesionalismo, su despliegue de producción.
Por Luciano Monteagudo
Salvo algunas experiencias aisladas y marginales al cine industrial (el Diario del Che en Bolivia del documentalista suizo Richard Dindo, o El día que me quieras, film-ensayo de Leandro Katz, que en estos días puede verse en el Palais de Glace), el Che nunca tuvo demasiada suerte con el cine. Y no se puede decir que el largo fresco concebido por Steven Soderbergh y protagonizado por Benicio Del Toro pueda cambiar del todo ese destino. Tampoco es cuestión de condenar la película de antemano. Nada hay en este Che del ridículo que hicieron Omar Shariff y Jack Palance cuarenta años atrás, cuando se calzaron las barbas de Guevara y Fidel Castro. Ni impera la estética naïve de los Diarios de motocicleta, de Walter Salles.
Durante todo su desarrollo, la película de Soderbergh se esmera por ser siempre sobria, prolija, bien documentada, por no dar ningún paso en falso. Pero se le nota quizá demasiado ese esfuerzo, ese profesionalismo, ese despliegue de producción, que insumió –según la revista Variety– 61,5 millones de dólares, que todavía están en riesgo, porque el film, como corresponde, está hablado en castellano (y el mercado estadounidense, al que aún no llegó, no tolera los subtítulos) y la película, en su versión original, tal como se exhibió en mayo pasado en el Festival de Cannes, dura cuatro horas cuarenta y seis minutos, divididas en dos partes.
No es el caso de la versión que se estrena hoy en Argentina y que es la misma que se conocerá en casi todo el mundo: por ahora la primera parte solamente, 126 minutos que dan cuenta de la triunfante campaña militar que hizo posible la revolución en Cuba. Con astucia, el film de Soderbergh –escrito por Peter Buchman, con asesoramiento de Jon Lee Anderson, autor de la biografía más versada sobre el Che– evita deliberadamente caer en el clásico biopic. En esta primera parte, el director de La gran estafa utiliza el recurso que ya le dio resultado en Tra-ffic: acciones simultáneas, que llevan vertiginosamente de México a La Habana pasando por Nueva York (el famoso discurso del Che en las Naciones Unidas) y van y vuelven en el tiempo: 1957, 1964, 1959, 1955...
La columna vertebral del relato es una entrevista que en mayo de 1964 una periodista estadounidense le realiza al Che, en su despacho del Ministerio de Industrias de la Revolución. Filmada en blanco y negro –lo que le da el carácter de documental de época que contribuye a mimetizar a Del Toro con su personaje, con el que guarda un impresionante parecido físico–, esa entrevista le sirve al film para ir descargando la ideología del Che, su teoría y su moral revolucionarias, mientras fuma uno de sus legendarios habanos. Este recurso –al que se suma también su presentación en la ONU, también en blanco y negro– le permite a Soderbergh sentirse más libre a la hora de ocuparse de los momentos en los que el Che, al frente de una de las columnas armadas del Movimiento 26 de Julio, avanza por territorio cubano para ir a encontrarse con Fidel en La Habana. Allí en la selva debe resolver cuestiones de orden práctico: la supervivencia de los heridos, la estrategia militar, la justicia sumaria revolucionaria. Aquí son sus acciones las que revelan su pensamiento.
A pesar de este puzzle narrativo, con flashbacks y flashforwards, es en esta primera parte donde el film se revela más académico, más convencional, con un esfuerzo quizás excesivo de Benicio Del Toro no sólo por conseguir el acento argentino-cubano sino también por parecer verosímil sin ser acartonado. Al concentrarse en la experiencia boliviana, en los cientos de días y noches del Che y su grupo guerrillero en la espesura del monte, la segunda parte (que aquí se conocerá en febrero) obliga en cambio a la película a ser más austera, a compartir algo del rigor de la vida de los personajes, lo cual la vuelve más creíble. En todo caso, lo que más daña la película al ser fragmentada es su mejor hallazgo, su estructura binaria, el yin y el yang revolucionarios, la luz y la oscuridad de Guevara.
7-CHE, EL ARGENTINO
(The Argentine) España/Francia/ Estados Unidos, 2008.
Dirección y fotografía: Steven Soderbergh.
Guión: Peter Buchanan.
Música: Alberto Iglesias. Edición: Pablo Zumárraga.
Diseño de producción: Antxón Gómez.
Intérpretes: Benicio Del Toro, Santiago Cabrera, Demián Bichir, Kahlil Mendez, Rodrigo Santoro, Jorge Perugorría y Catalina Sandino Moreno.
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