LITERATURA
Desde la ventana de Rita, la cuadra se veía tranquila aunque la tranquilidad fuera falsa. Y de pronto, esa imagen –que apenas empezaba a cambiar– se volvió parte de la vida de Rita, de sus ojos (a Rita Portal, como a mí, las cosas le venían por los ojos). Porque ése era el único problema de su decisión contra las colas y las entrevistas de trabajo, de su decisión a favor del almacén en el callejón perdido y los clientes conocidos y escasos: a veces, cuando se atrevía a confesárselo, Rita sabía que se estaba aburriendo. Suponía que la culpa era de ella, de su elección, de su miedo. (Yo podría haberle dicho que a veces el valor lleva a la misma meseta angosta. Que no hay garantías.)
El espacio, ese mundo fileteado a un costado del resto del mundo, no era el origen del aburrimiento. Más bien era que a veces, sólo a veces, a ese mundo le faltaba densidad. Había demasiado poco en él, tenía demasiados vacíos, como el infinito entre los planetas o el desierto entre los electrones. Once casas separadas por millones de kilómetros, conocimientos, sentidos, intereses; ella y su almacencito, todos flotaban como una extraña nave junto al paredón de lo que había sido la fábrica. Los colores cambiarían eso y Rita se dio cuenta de que el cambio la emocionaba.
Fragmento de Una cuadra (Adriana Hidalgo).
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