TEATRO › OPINIóN
› Por Román Podolski
La producción teatral en esta ciudad (me refiero particularmente al teatro independiente) crece, se multiplica y se dispersa con una velocidad llamativa. Es la vorágine de un movimiento que no cesa: todos estamos involucrados de una u otra forma en dos, tres o más proyectos a la vez. Recorremos la ciudad de ensayo en ensayo, de función en función, sin solución de continuidad. Y la cartelera, obviamente, refleja la agitación de este movimiento, presentando una enorme cantidad de espectáculos que varía constantemente. Quienes estamos vinculados a este esquema de producción recibimos diariamente no menos de cuatro o cinco e-mails invitándonos a ver un nuevo espectáculo. Y en los teatros del circuito, nos encontramos sobre una mesa, un estante o un rincón de la barra, una infinita variedad de postales y tarjetas que comunican sus respectivas propuestas teatrales, disputándose nuestra atención. Quienes hacemos teatro independiente hemos aprendido a manejarnos en un mercado en el que nuestros trabajos demandan –como parte inherente a su despliegue– transformarse en productos. Pagamos prensa, diseño, incorporamos productores, ideamos estrategias de comunicación utilizando las nuevas tecnologías, en fin...
Es lo que pasa. Importan mucho en estos tiempos el movimiento, la circulación y la velocidad. Y esto transforma nuestras obras, nuestra forma de hacerlas y verlas. Y a nosotros mismos, qué duda cabe.
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