PLASTICA
Desde los espectáculos de horror que ofrecía el teatro parisino Grand Guignol a fines del siglo XIX, pasando por los comics publicados en los cincuenta por la editorial norteamericana EC –con Cuentos de la cripta como caballito de batalla—, el apetito Gore ha ido eslabonando una tradición que terminó por colonizar diversas formas expresivas. Usualmente se reconoce a Herschell Gordon Lewis como el que dio el empujón para que la movida se integrara definitivamente al séptimo arte. En el ’63 dirigió Blood Feast, que despejó el camino para que otros se largaran a probar suerte con la fórmula infalible de senos más cuchilladas. El cambio de milenio inauguró una nueva etapa. Directores como Peter Jackson (ahora más conocido por El señor de los anillos) o Eli Roth (Cavin Fever, Hostel y sus secuelas) han ayudado a refrescar el terror mediante asquerosidades renovadas. Paralelamente –y a medio camino entre el mito urbano y el circuito criminal– se verifica un preocupante interés por las películas snuff, que hacen Gore pero con personas y torturas reales. El lado monstruoso de un arte que juega con lo monstruoso.
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