En la jornada de ayer, la Berlinale vino a poner de manifiesto que hay dos maneras de enfocar la reconstrucción del pasado en el cine: con afectación y frivolidad, o con la verdad de la memoria y la fantasía interior. En la competencia oficial, el director Stephen Frears y el guionista Christopher Hampton quisieron recuperar el éxito que consiguieron dos décadas atrás con Relaciones peligrosas y exhumaron una novela de Colette sobre el erotismo en la Belle Epoque, a la que decoraron como si fuera una empalagosa caja de bombones, con Michelle Pfeiffer adentro. Mientras tanto, en la sección Panorama, la directora francesa Catherine Breillat propuso Barbe Bleue, una admirable versión del cuento infantil de Charles Perrault. Contra lo que podría suponerse de la directora de Romance –que suele tener un costado perverso y una tendencia a la provocación– su Barba Azul está concebida desde la ingenuidad de la niña que alguna vez fue Breillat. Hay dos hermanas que leen el cuento, que a su vez se materializa en unos escenarios tan simples como verdaderos, que recuerdan un poco las miniaturas con que Eric Rohmer imaginó la historia de Perceval el Galo. La crueldad de Perrault no está ausente en Barbe Bleue, pero el mérito de Breillat es haber encontrado también allí la belleza.
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