OPINIóN
› Por Blanca Herrera *
Dijo Alicia:
Que es bueno que a los chicos les contemos cuentos. Crea vínculos, abre mundos, siembra el deseo de leer. Y allí fuimos, con la colaboración de narradores voluntarios egresados de nuestra escuela. Y Alicia tenía razón.
Dijo Alicia:
Que podíamos llegar a más chicos si les enseñábamos a sus maestros y bibliotecarios a narrar historias. Y organizamos cursos en escuelas y universidades para entregarles la herramienta del pensar narrativo. Y eso del efecto multiplicador resultó cierto. Entusiasmados con estos resultados sumamos capacitación en literatura infantil a nuestros programas, en los que la palabra –hablada y escrita– es el núcleo de estudio y enseñanza. Entonces, fuimos al encuentro de verdaderos “campeones” de la literatura infantil y juvenil, y juntos coincidimos en que hace falta una mirada unificadora en la propuesta existente en Buenos Aires.
Y dijo Alicia que estaba bien que persistiéramos en nuestra obcecación por reunir campos expresivos, por pensar en un método integrado de enseñanza, similar en su concepción al que venimos ofreciendo en las carreras de narración oral y escritura creativa. Entonces lo hicimos. Escuchando a Alicia, y en la convicción de que la imaginación y la creatividad que podamos estimular en quienes participen del programa serán vertidas, a su tiempo, en nuestros niños y jóvenes. Para que se acerquen a otros universos y a otras realidades. Para ayudarlos a desarrollarse como personas.
Vamos hacia ellos, los destinatarios finales de este programa, que están esperándonos detrás del espejo.
* Directora Casa de Letras–Escuela de Escritura y Oralidad.
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