Sáb 31.12.2005
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LITERATURA › OPINION

Un jardín en otra parte

› Por Juan Villoro *

Después de vivir 28 años en el extranjero, Sergio Pitol se instaló en México DF y sufrió la intensa depresión de quien es rodeado por el caos. Vio pájaros que caían abatidos por la contaminación y supo que su perro vienés no iba a sobrevivir a las motocicletas. Buscó refugio en Xalapa, en una casa en la que cada cuarto forma parte de una biblioteca dispersa. Este razonado laberinto resultó demasiado estable para el nómada que había vivido en Pekín, Varsovia, Budapest y otros sitios improbables. Decidió entonces tener un jardín lo más silvestre posible. No le molestó el hecho circunstancial de que su casa no contara con espacio suficiente. Compró un terreno en las afueras, dominado por un inmenso macizo de bambúes. Desde entonces, alterna su vida entre la casa donde olvida una taza de café en cada habitación y el sitio donde cobra distancia de los demás y de sí mismo. Nada revela mejor su estética que ese jardín desprendido: algo menos que una selva, algo más que un prado doméstico. Desde su primer libro, Victorio Ferri cuenta un cuento, Pitol demostró que su literatura queda en otra parte, rodeada de una atmósfera no visitada por la narrativa anterior.
Pitol ha traducido a Gombrowicz, Pilniak, Andrejewski, Nabokov, Brandys. Bastaría este trasvase de lenguas para asignarle el papel de gran “autor tímido” que Canetti concede al traductor. Durante años, Pitol fue un renovador aplazado y alternó su vertiginosa tarea de traductor con la lenta construcción de su obra. Su producción definitiva comienza en 1984 con la novela El desfile del amor. Fieles a la máxima de Oscar Wilde (“dale una máscara a un hombre y dirá la verdad”), sus personajes asumen la mascarada para confesar lo que no podían decir de otra manera. Su obra mayor, El arte de la fuga (1996), funde narraciones, memorias y ensayos en un solo entramado: narrar es leer de otra manera. Un episodio revelador ocurre durante una sesión de hipnosis donde el autor sueña lo real.
Durante décadas, Pitol cultivó un jardín distante y aguardó a sus lectores con una paciencia que quizá aprendió en China. Hoy su originalidad es un valor entendido. Las puertas de su jardín están abiertas.

* Escritor.

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