- Cipe Lincovsky (actriz): “Casi toda la gente opina que es una lástima que no esté Tato. Cuando se pasan por TV algunas pequeñas partes de sus monólogos, dicen: Parece que está vivo, está hablando de hoy. Y es cierto: cualquier monólogo de cualquier año que uno tome tiene una actualidad impresionante. Todo lo que decía del sindicalismo, del gobierno, sigue más vigente que nunca; siempre estamos igual. Yo perdí a un gran amigo, con el cual no existe el concepto de reemplazo... como es irreemplazable como cómico y personalidad del país... Como escribí en Página/12 en el ’96: el contestador de casa está lleno de mensajes. Somos del diario tal, le pedimos una reflexión sobre... Somos de tal programa, por favor una reflexión... Pero hoy nada de reflexiones. Hace diez años perdí a un hermano”.
- Hermenegildo Sábat (dibujante, humorista): “Después de diez años sin Tato, nadie ha lo ha sustituido: nadie tiene las ganas de hacerlo. Y además el talento no abunda. Era un hombre muy informado: de todo lo que hablaba estaba enterado; no elaboraba, derivaba en la información. Una vez me invitó a su café preferido –El Querandí– y fue un encuentro especialmente afectivo: yo le tenía mucha simpatía. Era muy creíble: decía lo que pensaba, no fingía nada, no se entreveró en devaneos políticos, fue un tipo notable”.
- Oscar Steimberg (semiólogo): “En los programas de su última época, cuando Tato Bores ya era una vaca sagrada de la televisión, permanecían motivos y recursos de momentos lejanos, y ahí estaba el rastro de lo que a su humor le había hecho el tiempo. El tío Josei era como la versión añosa de Igor Snipichof, Zlaboboznik por parte de mamá, el personaje de radio que impuso en los tiempos en que él hacía el ruso, Tino Tori el tano, Tacholas el gallego y Alí Salem de Baraja el turco. Y para cada barrio hubo otros, pero, por supuesto, eso pasó. Décadas después, alternándose con el bromista del habano, el tío Josei era la nostalgia borroneada de un momento en el que era más frecuente que los cómicos, hablando de sus propias fatalidades, hicieran humor (se rieran de sí mismos). El sobrino verborrágico, en cambio, hacía sátira, lo cómico estaba afuera, él era gordito y tristón, pero se las sabía todas. En esa familia, para mí, la gracia la tenía el tío Josei”.
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