En la década del ’80, Horacio Tarcus encontró algunas pistas sobre un personaje enigmático, un tal Samuel Glusberg, que lo desconcertaron bastante. El berretín se remonta a mediados de los ’70, cuando un traductor y editor, Marcelo Alberti, le regaló en el Parque Rivadavia un ejemplar de La escena contemporánea, del peruano José Carlos Mariátegui, la primera edición de 1925, dedicada a Samuel Glusberg. “Todavía era muy pibe como para entender la joyita que tenía entre manos, pero lo intuí”, recuerda el historiador. “En 1980, Pierre Broué, el gran biógrafo y editor de Trotsky, comenzó a publicar los escritos de Trotsky que estaban en la universidad de Harvard, en una edición de cuarenta y pico de volúmenes, y me los puse a revisar. Otra vez aparecía este Samuel Glusberg en la correspondencia con Trotsky. ¿Quién era este tipo que se cartea con Mariátegui y con Trotsky? Busqué en enciclopedias, diccionarios, biografías y no encontraba mayores referencias.” Una tarde, Tarcus decidió llamar a Oscar Terán, que había estudiado a Mariátegui. “Le propuse trabajar sobre Glusberg para el proyecto de Historia Intelectual que estaba armando en la Universidad de Quilmes, y me dijo que le interesaba. En la guía telefónica encontré a un tal León Glusberg, lo llamé por teléfono y resultó ser el hijo.” Esta extensa como fecunda investigación se tradujo en Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, publicado en 2002. Pero quedaron cartas que recibió Glusberg, como editor y amigo de los modernistas, y que Tarcus anotó y organizó. “Desgraciadamente, no encontré las cartas que él mandó. Glusberg no guardaba copias de sus propias cartas, aunque esto era infrecuente para la época”, señala el historiador, que rastreó en otros fondos y correspondencias hasta que descubrió las cartas de la hermandad entre Lugones, Quiroga, Franco, Glusberg y Martínez Estrada. “De algún modo el que me dio el respaldo para la publicación fue Pedro Orgambide. Una vez que avancé en un par de notas periodísticas, me llamó por teléfono y me dijo que siempre pensó que había ahí un quinteto, aunque nunca encontró las cartas para documentarse. Le conté que mi intención era escribir un libro y él me propuso ponerle Cartas de una hermandad. Pedro murió a los pocos años, pero yo me mantuve fiel a su propuesta de título”, subraya.
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