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Sábado, 19 de septiembre de 2009

Quentin, Brad y un montón de payasos

Con una concurrencia nunca vista en San Sebastián y la sala de conferencias del Kursaal absolutamente desbordada, la rueda de prensa que después de la proyección de Inglourious Bastards ofrecieron Quentin Tarantino, Brad Pitt y el productor Lawrence Bender tuvo más de show (no brindado por los protagonistas, precisamente) que de preguntas y respuestas. Un émulo local de aquellos movileros de CQC los comparaba con los vascos, una variante holandesa del anterior insistía en hablar sobre tamaños de penes mientras blandía uno de goma, una estudiante de cine le pidió a Quentin si por favor podía ver su película en un DVD casero, y hasta hubo una rubia con catsuit amarillo y espada de plástico, haciendo de Uma Thurman en Kill Bill. Llegó con cinco o seis años de atraso.

No debería haber extrañado, dadas las circunstancias, que las respuestas fueran casi monosilábicas, sobre todo en el caso de Tarantino. Y eso que el hombre es capaz de hablar tanto como sus personajes, pero multiplicando la velocidad por diez. Con chivita y una camisa común y corriente, como buen actor Brad Pitt habló maravillas del rodaje de Malditos bastardos (título local de Inglourious Bastards), dijo que no había mucho tiempo para dormir (se sabe que Tarantino es capaz de pasarse días sin hacerlo, al estilo de Charly García precolapso) y calificó al director, lisa y llanamente, de “Dios”. A su lado, el hiperkinético realizador de Pulp Fiction se tapaba las entradas del pelo bajándose el flequillo, mientras hacía gestos involuntarios y pegaba pequeñas sacudidas.

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