MUSICA
Bueno, no voy a decir que soy un tipo lindo. La napia siempre me anduvo delante de los pies, el mentón tirando a prominente y al ver las fotos uno comprende el paso de los años. Aunque ni los años ni la fealdad me preocuparon nunca. Cuando me inicié en esto de darle voz al tango no era necesario ser un galancete; por el contrario, entonces se apreciaba el porte de varón. Tampoco digo que por ser fiero uno es más macho o mejor cantor. Eso lo desmiente el único que las tuvo todas, Carlos Gardel. Después de él, cada uno se defendió como pudo. Hoy me veo y pienso que detrás de cada arruga hay una historia, entonces la vida no es una herida absurda para quien se abrió camino en el mundo de la noche. Y el tango es parte de la noche, tiene la armonía del solitario, del que busca desesperado una compañía o compartir un sueño. La noche es una forma de vivir, la gente de la noche es más amplia, no está tan apurada, es más sincera. Contra lo que dicen muchos –que en la noche se pierden las ganas de luchar por la vida–, yo pienso que es al revés. Por la noche la gente disfruta el esfuerzo de esa lucha diaria.
Ahora miro de nuevo las fotografías y creo que he vivido con coherencia. Suena extraño este concepto. Antes nadie dudaba de que se debía ir de frente. No significaba una virtud especial, ni ser decente era una cosa notable, era lo que todo hombre debía ser. Hoy día, parece un tipo fuera de lo común aquel que encara las cosas de la vida con honestidad. Cuando los años van echando plomo en los hombros uno no puede evitar recordar otras épocas. Era bueno aquello de andar por los pueblitos guitarra en mano, recorrer el país de una punta a la otra. Ha sido un largo camino y he sido fiel a un estilo y a una idea de ser. Podría agregar que un hombre es la resultante de sus actos y que la cara es el espejo del alma de ese hombre. En casa siempre hubo música. Me lo decía mi padre y lo digo yo ahora: la música es un punto de reunión. ¿Alguien conoce de algún pueblo que se haya peleado con otro por la música? Al contrario, la música ha unido a la gente, ha roto fronteras. No hay idioma que pueda comparársele. Usted pone en un lugar cualquiera a cinco tipos que hablan cinco idiomas diferentes y la música los comunica a todos, los hace sentirse bien. Por eso estudié música. Pero yo no soy cantor de tangos solamente: yo soy cantor de todo lo nacional. Me importan más los textos que la música. Me importa interpretar los textos, aun con distintos estados de ánimo, porque uno nunca es el mismo, ni lo son sus humores, sus estados emocionales. Alguna vez se dijo que yo era el último payador argentino y yo sé que eso es una figura alegórica pero también sé que es cierto porque yo canto cosas sureñas, estilos, canciones, valses, tangos. Sí, creo que soy casi un payador. El argentino al que no le gusta la música y no le gustan ni el tango ni el folclore no tiene derecho a sentirse argentino. Por eso el tango no morirá, porque es como si se muriera un país. El tango es como la ópera. Es vivo, no sólo aquí sino en muchos países del mundo. Es el espíritu de todo un país, de su gente y de sus cosas transformado en música y letra. Tuve muchos amigos de toda clase y con todos me llevé bien. Pero a todos los trato de usted. Músicos, poetas o quien sea. Yo soy así. Desde que me hice cargo de El Viejo Almacén casi no me muevo de la ciudad, salvo en el verano cuando me traslado a Mar del Plata. Mi vida transcurre aquí y mi trabajo se divide entre este boliche histórico y el estudio, porque nunca se es viejo para aprender.
Retrato autobiográfico firmado por Edmundo Rivero.
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