Mar 17.01.2006
espectaculos

MUSICA › OPINION

Un imprescindible

› Por Daniel Melingo *

Conocí a Rivero en el ’73 o el ’74, en casa de mi tío Luis Silva. Yo tenía 15 o 16 años, y veía al tango como algo espectral, siniestro y decadente –tal vez por los años que corrían–. El cantor llegó con su guitarra y me sorprendió con sus dotes de músico clásico, un aspecto de Rivero que hasta el día de hoy es poco conocido. Esa noche su voz cavernosa me transmitió una cosa que fue cambiando con el tiempo, a medida que yo crecía.

A comienzos de los noventa, ya metido en el tango, fui haciendo una reescucha de su obra. Empecé a redescubrir a ese tipo enorme y trabajador, que poseía un registro único (podría clasificarse como un bajo noble, el bajo más bajo de todos). Por otra parte, me di cuenta de la importancia de su búsqueda vinculada a la proyección de las posibilidades que podían abrirse alrededor del lunfardo del ’900. Hoy creo que Rivero es un imprescindible, porque acompañaba su capacidad expresiva con un rastreo muy profundo de su arte, en lo que él entendía como un ejercicio que le servía para hacerse a sí mismo.

* Cantante y compositor.

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