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Miércoles, 18 de enero de 2006

LITERATURA

Textual

Comenzó a susurrar en el oído de su novia mientras le apoyaba la mano derecha en la pierna. Esa pareja de desconocidos y yo íbamos sentados en el asiento de atrás del colectivo sesenta. El hombre quedó flanqueado por dos mujeres, la novia a su derecha y yo a su izquierda. Nos seducíamos de reojo. El brazo masculino que estaba de mi lado se movía de una manera milimétrica y espaciada, como casual. Me gustó el impreciso juego y me recliné suavemente contra el asiento (...). La mano derecha de él se afanaba en la entrepierna apenas cubierta por la minifalda de su compañera. Según nos acercábamos a Tigre, el colectivo se iba despoblando. A pesar de la penumbra era evidente que esa mano se internaba en las profundidades de su chica. La piel oscura y la gordura de las piernas femeninas se tragaban la mano masculina un poco peluda. Los rostros se dirigían con aparente indiferencia hacia el paisaje desolador del segundo cinturón urbano. (...) El novio, haciendo alarde de una concentración discriminada en cada brazo, comenzó a deslizar su mano izquierda hacia mis muslos. Ante su avance, tomé mis reaseguros: puse la campera sobre mis piernas para que sirviera de pulcro telón. La complicidad lo alentó y deslizó la mano siniestra entre la cintura y el nacimiento de mis nalgas, enganchó el elástico de mis calzas con la punta de sus dedos, para hundirlos en la tibieza de la tanguita, apuntando con precisión al círculo anal. Con esfuerzo alcanzó a lubricar sus dedos en algunas lágrimas vaginales y regresó a su objetivo, que era también el mío.

* Fragmento de “Máquina de guerra”, de El himen como obstáculo epistemológico (Biblos).

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