Juanjo Domínguez, como Rubén Juárez y Raúl Barboza, son el escalón que nos separa de la eternidad de la música grande argentina. Ellos traen el legado de los tesoros culturales criollos y bonaerenses, rioplatenses y parisienses... Domínguez es el equivalente a Paco de Lucía, es lo que es Paco para el universo gitano, aquello que conocemos como flamenco grande y universal y, si no tiene mayor reconocimiento, es merced a la importancia que les damos, como pueblo, a nuestra cultura y a nuestros artistas. Si la música importase la mitad que el fútbol, si se hablara tan seriamente de música como se habla de fútbol, si tuviera una décima parte de la tinta que gasta el fútbol en los periódicos y en la TV, entonces seríamos un país exportador de cultura universal, sin necesidad de volver al modelo agrario ni de invitar a los japoneses a bailar milonga.

Los kilates musicales de Juanjo son diamantes que brillan en el mundo entero, acá no los “sentimos” brillar porque tenemos genética caníbal y vocación antropófaga ritual, el “día a día” de los músicos es “intolerable” , el presente nos repugna y nos asusta... después no digan que les gusta el tango, Juanjo Domínguez acaba de publicar un disco... un “disco”, el disco-saurio, el verdadero dinosaurio vivo, herbívoro, debilitado, tambaleándose herido de muerte lenta pero segura... 

Yo soy un intérprete bastante cuidadoso. Cuido el feeling, cuido el color, cuido la afinación, el sentido y la sensibilidad, como hacen los guitarristas y los cantantes. Soy amigo de los micrófonos, un cantante no necesita ser virtuoso ni genial, tenemos un instrumento de carne y de aire, de nervios, de alma... somos “fretless”. Domínguez, en cambio, es un verdadero campeón. Tiene las habilidades extraordinarias de los improvisadores únicos, no necesita partituras, no necesita memoria. ES la música. Ahora o nunca, o siempre.

Eterno.