OPINION
Al día de hoy, Mozart sigue siendo uno de los genios más grandes de la humanidad, como Einstein, Napoleón o Beethoven. Fue una persona con una genialidad que hasta hoy es difícil de comprender para la mayoría de nosotros. Yo tuve la gran posibilidad de estudiar en Alemania con Paul Meisen, un estudioso de Mozart que tocó con los grandes maestros alemanes de su generación. Allí aprendí que lo más interesante de Mozart fue su personalidad: fue un rebelde, y no sólo en lo musical. Ninguna otra persona demostró en tan corto tiempo poder escribir en un idioma que no era el materno lo que él escribió. Porque muchas de sus óperas están escritas en italiano con una genialidad en cuanto al manejo del idioma y la acentuación musical y de lenguaje. Una característica de sus creaciones –que representa un desafío para cualquier intérprete– es que en ellas se combina la necesidad de un gran dominio técnico del instrumento con un gran equilibrio emocional y madurez personal. Es difícil conseguir el vigor y la pasión que requieren sus obras sin salirse del estilo. Es que así era su personalidad: era muy apasionado, con humor ácido, malhumorado, y al mismo tiempo tenía una mentalidad matemática. Interpretar a Mozart como se debe es algo así como jugar a mezclar el agua y el fuego, buscando el equilibrio.
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