Lun 25.01.2010
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CULTURA › OPINIóN

Coartadas y duelos verbales

› Por María Moreno

Si, en el mismo 26 de enero de 1995 y a un año proliferaron las mitologías en clave de anécdota entrañable, había una cierta coartada: el hacerle el aguante al muerto, pretendiendo que las imágenes declaradas intentaran reconstruir la totalidad de una vida, cuando en realidad era una vida la que faltaba y como si la serie fuera infinita, cuando en realidad la muerte había probado lo contrario. A quince años, las mitologías favorecen el ritual vacío. Un posible ritual de duelo por un escritor es hacerlo volver como personajes, es decir, dándole una suerte de eternidad, digamos que de comedia; los personajes nunca mueren aunque mueran algunos en tal o cual libro, viven para siempre en cada lectura incluso como personajes que mueren. Miguel Briante vive en El desperdicio de Matilde Sánchez: “Briante siempre estaba frotándose el labio inferior con el pulgar, un gesto que había copiado de Belmondo en Sin aliento”. En la novela hay dos muertos que conversan: una, Elena Arteche, con sus máscaras literarias (muchos de sus amigos de Letras abjuran de las teorías literarias à la page para decir que “es” Mónica Tamborenea), el otro, llamado Briante al que el texto alude como un maestro; se quieren ver las mismas películas que él, su elogio de un amante fortuito, hace que se lo mire con otros ojos. El desperdicio es una elegía para una muerta y, entre muchas otras cosas, una novela sobre el campo como drama. Elena Arteche es dueña de un campo, pero en literatura argentina cercana el dueño del campo es Briante. En su obra el campo es más una manera de negociar con la tradición argentina que General Belgrano, en su ficción de sí, el gaucho se mezclaba con el compadrito en clave borgeana.

“Ley de juego”, su relato emblemático, trata de un duelo en donde gana el que pone en acción una frase: cargar la taba con la mano. Por eso en El desperdicio el párrafo mayor en el que se le da la bienvenida a Briante es el de un duelo verbal. “Se acababa de presentar un libro, no recuerdo cuál, nuestra mesa era tan numerosa que cada tanto nos veíamos obligados a cambiar de asientos a fin de conversar con los demás, de una punta a la otra mediaban diez personas. En una de esas rotaciones, E había quedado en diagonal de Miguel Briante. Se hablaba en público de su romance secreto con una estrella de telenovelas españolas, un romance que había terminado mal, pero tan mal que ella le soltó Esa no va a ayudar a tu posteridad ni siquiera con una injuria. Y si te morís mañana, no va a llorar por tu muerte, sino porque la habrás dejado sin la chance de matarte.

Ante esa ocurrencia Briante lanzó una serie interminable de carcajadas y le dijo Oíme Vasca (...) Nunca pierdas la maldad. Yo no dejo el trago para no volverme más bueno.

Y la Vasca: Ni vos ni yo corremos ese peligro

¿De dejar el trago?

No, de volvernos buenos.

En este duelo, la que gana es Elena Arteche pero el homenaje sigue siendo doble.

Para Briante, en los duelos verbales, no había perdedor. Al verbo perder, en ese caso, le ponía un acento de deliberación y caballerosidad. “Le di la matadura” decía.

Nota madre

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