Daniel Guebel terminó de escribir su anunciada novela El absoluto. El archivo que reposa en su computadora tiene más de 800 mil caracteres con espacios, unas 400 o 500 páginas, de acuerdo con el diseño de la página. “Mientras la escribía, tenía la impresión de que iba a ser mi obra maestra, mi libro más importante. Si no era Guerra y Paz, era lo mejor que se podía hacer en la literatura argentina del siglo XX o XXI –ironiza–. Cuando la revisé, me dio la impresión de que la escribí chiflado. ‘La quemo’, dije literalmente, aunque no quemé nunca un libro. Después pensé por qué corno tengo que vetar un libro sólo porque no acuerdo con sus principios estéticos. Qué obraría en mí en el momento de censurar el texto. Cuando además, lo evidente es que los libros que escribo no tienen por qué gustarme.”

–¿Será que tiene miedo por cierta expectativa que generó al anunciar su “obra maestra”?

–No creo haber generado ninguna expectativa. Hay autores que saben generar las condiciones más adecuadas de recepción de sus obras. Yo no sé muy bien cómo se hace. No soy la clase de persona apropiada para sostener con su propia imagen la idea presunta sobre el valor de su obra. Ni académico, ni popular, ni teórico...