Martes, 23 de febrero de 2010 | Hoy
Hija: Querida mamá: Va la tercera vez que te escribo esta carta; la primera carta no me gustó y perdí la segunda. Ahora cuando no quiero una cosa, no la tiro, se me pierde, aunque después me vuelve a interesar y sé que en algún momento va a volver. Ahora trato de hacer dos cosas al mismo tiempo, por ejemplo mientras limpio los estantes encuentro algo que necesitaba y cuando barro escucho la radio; si tomo sol, arreglo las plantas. Tanta bronca cuando vos me decías: “De paso, hacé tal cosa”, y yo no quería hacer nada de paso para no perder la idea de la actividad fundamental. Ahora no sé si la actividad fundamental es barrer o escuchar la radio.
Madre: Yo pensaba que los sueños eran como los pedos, van al aire, se deforman y se pierden. Sin embargo, todos los sueños no son así. Una vez tuve un sueño muy claro, nítido. Estaba en Italia, había ido a buscar agua a la fuente, me había volcado un poco en la cara para refrescarme porque estaba acalorada. Entonces apareció mi mamá pero no toda completa, sólo la cara. Mi mamá me dijo: “Teresa, ya debes tener un hijo”. En el sueño mi mamá daba algunas explicaciones y decía cosas largas pero con cierta prescindencia, como si alguien le hubiere dicho: “Andá y hablale a Teresa”. Yo, en el sueño, estaba muy contenta de ver a mi mamá, la quería hacer sentar y que se quedara, pero ella decía: “No, hija, no”, como si viniera de otro mundo donde no importa nada; no parecía feliz ni dispuesta a revelar nada. Yo le dije: “Quedate otro ratito, mamá”. “No, hija”, dijo y se fue borrando.
Hija: Tenías razón en muchas cosas que ahora yo me doy cuenta, por ejemplo cuando yo iba a tomar sol en verano inmediatamente después de comer y vos me decías: “¡Cómo se te ocurre con este calor!”. Yo también pienso ahora en cómo se me ocurría porque ahora después de comer, cuando puedo duermo la siesta. Tenías razón en que la siesta es algo hermoso. Y también tenías razón cuando yo te pedía que echaras a esa señora que en lugar de limpiar la casa la ensuciaba, y vos no querías y me decías: “Dejala, la de patadas que va a recibir si sale a la calle”. Yo ahora tengo una señora boliviana recién llegada, le tuve que enseñar a manejar el ascensor y todavía dos por tres se queda atrapada no sé cómo. Si encuentra la tapa de un envase de otro que ya no existe, ella se la pone como sombrerito a otro y arma como un adorno al pedo; me da un poco de rabia, pero por otra parte me encanta ver la mano de otro en la casa, innovaciones, formas de orden distintas.
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