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Lunes, 8 de marzo de 2010

CINE › CAMPANELLA, EL DIRECTOR QUE TUVO UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Un creador de afectos especiales

A los 50 años, Juan José Campanella puede jactarse de ser, en términos de reconocimiento oficial, el cineasta argentino más exitoso de la historia. Acredita a partir de ayer dos pergaminos insoslayables, más allá de las valoraciones subjetivas sobre su cine: un Oscar y una nominación a la estatuilla que tantos desean. El privilegio debería hacerse extensivo a Ricardo Darín, que lo acompañó en las dos películas de Campanella que pugnaron por la máxima distinción de la industria cinematográfica: El hijo de la novia y El secreto de sus ojos.

El cineasta, formado artísticamente en los Estados Unidos, viene dando cuenta, desde hace años, de una de las tantas miradas posibles de la Argentina reciente y actual. Una Argentina marcada por afectos fuertes e imperecederos, pero teñida de una ligera melancolía y atravesada por una historia trágica. Esos tópicos aparecen, con matices, una y otra vez en su filmografía, cuya búsqueda, no obstante, reconoce influencias del cine clásico estadounidense. El mismo Campanella admitió muchas veces su admiración por Frank Capra. No fueron, sin embargo, las célebres comedias del director de Qué bello es vivir las que le dieron a Campanella el primer impulso creativo, sino All That Jazz, de Bob Fosse. Hasta ese momento (el cineasta argentino tenía por entonces 20 años), la posibilidad más cierta para su vida profesional pasaba por la carrera de ingeniería.

En 1979 escribió, editó, dirigió e inclusive protagonizó su primera película, el mediometraje Prioridad Nacional. Cinco años más tarde filmó su primer largo, Victoria 392, que no fue editado comercialmente y que hubiese pasado completamente inadvertido en su filmografía si no fuese porque allí Campanella convocó por primera vez a uno de sus actores fetiche: Eduardo Blanco. Su incipiente carrera como director tomó un giro decisivo cuando viajó a Nueva York para estudiar cine. The boy who cried bitch (1991) fue uno de sus primeros intentos, con una curiosidad añadida: un jovencísimo Adrien Brody figura en los créditos como actor secundario.

No fue el cine, de todos modos, sino la televisión, la disciplina que disparó su carrera en la industria estadounidense del entretenimiento. Dirigió episodios de diversas series (desde Lifestories: Families in Crisis hasta, últimamente, House), que le dieron “rodaje” y dominio de cámara. Un background de solvencia técnica que corroboró, en su regreso a la Argentina, a la hora de filmar El mismo amor, la misma lluvia. Ya en 1999, el director apostaba a la pareja protagónica (Soledad Villamil y Ricardo Darín) que contribuyó con su actuación al Oscar obtenido anoche. Y ya en El mismo amor... se vislumbraban los ejes rectores que guiarían en adelante el cine de Campanella. Elecciones estéticas que dieron como resultado películas (debe destacarse aquí Luna de Avellaneda) tal vez discutibles desde su abordaje emocional, pero irreprochables desde la realización y la dirección de actores.

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