Lunes, 8 de marzo de 2010 | Hoy
CINE › OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
En una elección suelen jugar infinidad de factores, algunos no del todo lógicos. En las elecciones que hace la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood juegan algunos que incluso son difíciles de elucubrar, esos que hacen
enarcar las cejas ante un premiado discutible. Pero hay algo en lo que suele encontrarse coincidencia, y es en el gusto de los académicos por las buenas historias bien narradas, eso que llevó a que una película como Shakespeare in love, que seguramente no revolucionó el arte del cine, se llevara siete estatuillas.
Eso es lo que hace plena justicia con el Oscar a El secreto de sus ojos: la película de Juan José Campanella tiene muchas virtudes –actorales, técnicas, de puesta en escena, de ritmo, de reconstrucción y recreación fílmica de la vida–, y entre ellas brilla especialmente la potencia de la historia que cuenta, y el magnetismo y el músculo con el que está narrada. La pregunta de sus ojos, el libro de Eduardo Sacheri, ya era una gran novela. Campanella la tomó y supo hacer con ella una gran película, que se merece todo el ruido que generó antes, las multitudes llenando las salas y el escándalo mayor que vendrá ahora. Todo ello, con su peso y su significado, seguirá siendo sin embargo una piedrita frente a la montaña que significan las narraciones que dejan marca. No sólo por el especial color que da cierto momento de la Argentina que retrata la película, sino porque allí no hay cartones pintados sino personas de carne y hueso, movidas por sus pasiones y por ello creíbles, capaces de generar empatía o desagrado, de mover y conmover.
And the Oscar went to... una peli argentina. Pero, mejor aún, el Oscar fue para una obra que cumple por todo lo alto con el honorable arte de contar una buena historia. Todo brindis será merecido.
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