Como nunca se sabe bien qué hacer un domingo a las 19.30, la selección de “Cortos españoles para niños”, auspiciada por el gobierno de Galicia, promete ser un buen programa del Baficito. Llegan unos chicos en bicicletas, algunos toman mate, muchas mamás con sus nenes, algunos bebés, a ver qué pasa en la pantalla. Arranca la proyección: es la historia de un ventrílocuo que odia a su muñeco y teme que su ayudante se quede con su lugar. El ventrílocuo tiene diabetes: hay que cortarle la pierna. Finalmente, rompe el muñeco a los palazos y –para alcanzar la eternidad– el ventrílocuo termina como muñeco del ayudante. Después viene una animación digital: la rebelión de los mouses contra los lápices. Está buena. Parece que el momento anterior es sólo un mal trago. Pero cuando termina, unos muñecos de plastilina aparecen perdidos en una calurosa ruta española. Entonces, una parejita de vendedores de butifarras los recibe con los brazos abiertos. Uno se va a dormir. El otro se queda despierto, y lo muerde un chancho. Se convierte en “hombre chancho”. Los dueños del negocio –una pareja de ancianitos– lo cortan en pedacitos y hacen jamones con su cuerpo. Al otro día, se lo dan de comer al amigo. Mientras el terror ocurre en pantalla, decenas de madres toman en brazos a sus hijos y corren por el pasto fresco de la Plaza San Martín de Tours, de Recoleta, espantadas por lo que ven. “¡Era para chicos!”, blasfeman y más de la mitad de unas 200 personas deja el pastito. Mientras, ha comenzado un nuevo corto: un soldado de plomo con una pierna menos, está abrazado a una bailarina de plástico. Ambos caen arriba de una estufa. En un pacto suicida, se derriten por el calor y forman un corazón. Cuando termina el corto, ya no queda nadie en el pasto. Es la plaza del miedo.