Alberto Fuguet nació en Santiago en 1964. Pasó la infancia en Estados Unidos y luego volvió a Chile, donde estudió periodismo y comenzó a escribir ficción. Debutó en el cine en 2005 con el largometraje Se arrienda, que se estrenó en el Bafici. El festival también lo ha tenido entre sus jurados. “Para mí este evento es una oportunidad buenísima porque está lleno de espectadores de acá, y aquellos que se desviven por seducir a los europeos se la ven difícil”, chancea. Cansado de que le rebotaran los pedidos de fondos para sus proyectos, se inclinó por modelos de rodaje asociados al indie. Velódromo se hizo así y por estos días acaba de terminar Música campesina, que se hizo en Nashville (Tennessee, EE.UU.) con ayuda de la Universidad de Vanderbilt. Paralelamente, Fuguet ha ido construyendo una carrera como escritor. “Prácticamente nadie vive de los libros y sin embargo yo te podría decir que yo sí. Por eso no le tengo miedo a la piratería. Es más, tanto con los libros como con las películas uno puede comunicarse, decir cosas sin palabras, seducir. Repartir está casi en nuestro ADN”, opina.
Por lo demás, la división entre cine y literatura le parece artificial. “Siempre quise ser director de cine. Sin embargo, no es ‘películas contra libros’. Es más, a lo mejor lo mío es ‘libros escritos con imágenes’. La división es ‘vida corriente’ contra ‘vida de fan’. La ‘vida corriente’ es esa que te consiste en ir al supermercado, pagar las cuentas y esas cosas. Pero una vez que te metes en el otro mundo, ese en el que eres fanático de cierto periodismo, de películas y de libros, entras en una dimensión quizá más profunda.”
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